02 junio, 2012

Nos veremos en el Infierno.



Llegó a casa tarde, pero para él, las dos y media de la madrugada era temprano para regresar. Iba borracho, por supuesto, pero no tanto como ella recordaba. Esa noche había bebido un poco menos, había vuelto antes.
Casi sonrió, extendiendo ligeramente sus labios, pero sin llegar a completar el gesto. Esa noche tenía suerte, aunque quizá fuera un eufemismo teniendo en cuenta su objetivo.
El hombre tardó tres intentos en conseguir acertar con la llave dentro de la cerradura. Tenía temblores en las manos después de destrozarse el hígado con alcohol en todos los bares abiertos después de las doce en un radio de un kilómetro. Solía ir al mismo, pero, cuando lo echaban por ser incapaz de mantenerse en pie y hablar con coherencia, buscaba otro tugurio en el que destrozar sus órganos poco a poco.
Mejor se hubiera muerto, pensó ella. Su suicidio hubiera sido la mejor opción. De ese modo, habría destrozado su vida igualmente, pero no la de ella. Cerró los ojos, obligando a los recuerdos a esconderse de nuevo en el mismo puto lugar donde los había mantenido cautivos los últimos ocho años. Ocho años, cinco meses y veintidós días desde la última que se habían visto.
Al fin, consiguió meter la llave en la cerradura. La puerta emitió un chirrido agudo, casi una advertencia del destino que le deparaba a su dueño una vez atravesara el umbral. Pero no fue capaz de entenderlo, aunque ella sí.
Ella cruzó las piernas y sonrió. Por primera vez en todo aquel tiempo, sonrió, saboreando su venganza por adelantado.
El hombre encendió la luz de la cocina, mientras permanecía de espaldas a ella. Dejó las llaves en la encimera, cerró la puerta con torpeza y se tambaleó en busca de la botella de vodka que seguía escondiendo debajo del fregadero.
-          Hola, Steve. – Saludó la mujer, sentada en una de las sillas de la cocina.
Él se giró, sobresaltado. Pocas veces llegas a casa y te encuentras con una preciosa chica de unos veintidós o veintitrés años, mirándote con una sonrisa de placer y con los ojos aguamarina centelleando. No la reconoció, pero, claro, habían pasado muchos años. Ella se había teñido el pelo de negro, tan oscuro como su alma, y ahora solía usar mucho más maquillaje para ocultar su verdadera expresión.
-          ¿Cómo has entrado en mi casa? – borbotó, intentando que las sílabas resultaran inteligibles a pesar de su embriaguez. Ella estaba acostumbrada a esa forma de hablar: la unión de unas palabras con las siguientes, la boca espesa incapaz de pronunciar cada letra adecuadamente, el olor a alcohol y el miedo. Siempre le quedarían los recuerdos, por muchos años que pasaran.
-          Por la puerta, por supuesto. – Le enseñó la llave con la que había estado jugando. – Sigues guardando la de repuesto debajo del gnomo con el gorro verde. – Dejó el objeto sobre la mesa y apoyó el codo en la rodilla, flexionado, donde descansó la cabeza. Observaba al hombre con un interés morboso que le puso todos los pelos de punta.
Steve retrocedió un poco. Era extraño y un poco preocupante que aquella mujer a la que juraría no haber visto nunca supiera dónde escondía la llave de repuesto, pero no le parecía peligrosa, por lo que no se molestó en buscar armas defensivas.
-          ¿Quién eres?
-          Vaya, vaya. – Ella ladeó la cabeza e hizo un puchero completamente artificial. - ¿No me reconoces ya… papá?
Sintió como se le paraba el corazón al escuchar sus palabras. Ahora sí lo veía. El color de los ojos, la forma de los labios, las pecas. La mancha de nacimiento en el cuello, en forma de hoja.
-          Mayka – susurró. – Eres tú.
-          Premio. – La chica se recostó hacia atrás. – A diferencia de ti, yo no me he olvidado de ti. De tu rostro. – Entrecerró los ojos. – Me he obligado a recordarte cada día de mi vida, durante los últimos años.
-          ¿Por qué has vuelto? – una vez superada la sorpresa inicial, el tono de Steve se volvió frío y duro. No le gustaba que los fantasmas del pasado volvieran para atormentarlo, aunque quizá de ella si pudiera obtener algún entretenimiento.
Mientras la idea se formaba en su cabeza, se dio cuenta de que ella estaba cambiada. No solo en el color del pelo, en el maquillaje o en la ropa. Ahora parecía… peligrosa. Ya no desprendía aquella aura de inocencia de su juventud, si no que miraba como si estuviera retando a muerte a todo el que se le acercara demasiado. Sus ojos eran dos estalactitas. Y, en la mano derecha, jugaba con una afilada daga con la empuñadura llena de símbolos.
-          Esperaba una bienvenida más calurosa. – Se puso en pie. – He venido para recordar los viejos tiempos, claro.
Él se rió, despectivamente. Mayka permaneció impasible ante su reacción, sin inmutarse por la burla patente en aquel gesto.
-          ¿Te crees que te tengo miedo porque llevas un cuchillo, Mayka? – le espetó, con brusquedad y con toda la maldad de su emponzoñado corazón rezumando a través de la amenaza. – Sigues siendo una maldita chiquilla, asustada y sola.  Y creo que debería tratarte igual que entonces.
Se lanzó hacia delante, intentando arrebatarle el cuchillo de las manos. Ella lo esquivó con facilidad, por lo que Steve se estampó contra la mesa y cayó al suelo, mareado y dolorido, con todo el alcohol ingerido pugnando por salir por su garganta con la misma velocidad con la que había entrado.
-          Ya no soy esa niña – replicó ella. Su voz helada dejaba entrever todo el sufrimiento que escondía y la promesa de una venganza lenta y dolorosa. – Crecí. Mal, llena de moratones y con daños psicológicos posiblemente irreparables, pero crecí. Ahora no tengo miedo, ahora no me escondo y lloro cuando oigo pasos acercándose a mi puerta. ¿Sabes para qué he venido, verdad? – Lo miró con repugnancia, escupiéndole su odio a la cara. No esperó la respuesta; ya no le hacía falta nada de él. – Estoy aquí para infringirte un dolor que rivalice con el que tú me regalaste. Pero llegaré más lejos: te prometo que, cuando abandone esta casa, ya no tendrás una puta vida que destrozar.
Steve se levantó despacio, agarrándose a cualquier mueble que encontrara su camino. Observó a Mayka, que permanecía inalterable con la daga en la mano, esperando. Aunque no sabía a qué. Volvió a lanzarse contra ella, en un desesperado y estúpido ataque.
Ella lo desvió con agilidad y sin esfuerzo, pero esta vez no lo dejó caer. Lo agarró por el hombro, lo atrajo contra su cuerpo, de espaldas a ella, y presionó el filo de la daga contra la carne vulnerable del cuello.
-          ¿Sabes qué es lo que recuerdo con más fuerza? – le susurró al oído, apretando más el afilado acero contra la piel de Steve. – Recuerdo quedarme despierta durante horas, rezando para que no vinieras a buscarme otra vez, para que alguien te hubiera matado mientras volvías a casa. No sé el número de veces que deseé que tuvieras un accidente de coche o que murieras por la puta cantidad ilimitada de alcohol que bebías. Pero siempre venías. – Mayka deslizó la mano que tenía libre hasta taparle la boca. Apretó con fuerza. – Siempre que aparecías, me tapabas la boca así y me decías: “no grites, Mayka. Nadie debe enterarse de esto. Será nuestro secreto o yo me encargaré de que no se lo digas a nadie por la fuerza”.
Steve gimió, muy bajo. La mano de ella amortiguaba cualquier sonido que pudiera escapar de sus labios y la presión de la daga empezaba a cortarle la respiración. Quizá si hubiera estado menos ebrio podría haberse librado de su agarre, o si no estuviera siento torturado por todas las atrocidades que había cometido con la niña, la misma que había crecido y había vuelto para vengarse.
Mayka inspiró hondo. Cerró los ojos y, por primera vez, permitió que sus recuerdos fluyeran en lugar de mantenerlos encadenados en el fondo de su memoria, donde nunca pudiera topar con ellos. El dolor la atravesó como un puñal.
-          Tenía ocho años la primera vez, aunque seguro que de eso has preferido olvidarte. Aquella fue la que más me dolió, siendo virgen. Me agarraste con demasiada fuerza cuando intenté forcejear y luego tuve moratones durante semanas, las marcas de mi vergüenza. No podía decírselo a nadie, porque tú me matarías. – Inconscientemente, le clavó las uñas en la cara a Steve, incapaz de seguir conteniendo la furia que había anidado en su cuerpo. Pero tenía que soltarlo todo, expulsarlo para siempre de su vida, aunque las secuelas ya eran imborrables. – Durante seis años me violaste la mayor parte de las noches, en mi cama.
Lo empujó contra una de las sillas. Cayó con poca gracia y estuvo a punto de resbalar hasta el suelo, pero ella lo frenó. Colocó sus manos sobre la mesa.
-          Tus sucias manos de degenerado mancillaron mi cuerpo, bastardo. – Lo miró a los ojos y Steve vio en ellos dolor suficiente como para quebrar un centenar de almas. – Nunca te perdonaré. – Con un movimiento rápido, Mayka sesgó las dos manos que permanecían sobre la mesa.
La sangre empezó a manar a borbotones, mientras los gritos de Steve resonaban por toda la casa, sus alaridos de dolor. Contempló las dos extremidades, separados de sus brazos, ahora muñones sin terminar. El líquido rojo cubrió la mesa y luego se escurrió hasta el suelo, donde manchó cada baldosa.
-          El dolor – continuó Mayka, observando la sangre que permanecía en el filo del arma. – Parece insufrible, insoportable, pero, la mayoría de las veces, nuestro cuerpo se sobrepone. Aunque no nos guste. ¿Sabes qué? Intenté suicidarme a los 11 años, en el baño del colegio, pero me descubrieron antes de que me desangrara por completo. – Se levantó la manga para mostrarle dos finas cicatrices que resaltaban contra su piel en las muñecas. – Dolor, Steve.
Él fue incapaz de responder, aun sin apartar la vista de sus manos amputadas. Mayka se acercó hasta quedar a su espalda, con los ojos fijos también en el mismo punto.
-          Me destrozaste la vida. – Le dijo al oído. – Podría haber sido buena, podría haber triunfado, pero tú me lo arrebataste todo colándote cada noche en mi dormitorio para abusar de mí. Y ahora, tendré la misma consideración contigo. Me has convertido en una psicópata, capaz de ver el sufrimiento sin pestañear. Me hiciste daño de un modo tan profundo, que perdí cualquier tipo de moral que pudiera tener. Sufre las consecuencias.
Steve sintió la hoja de la daga unos segundos antes de que Mayka lo degollara. Su cadáver sin vida contempló las manos una vez más antes de perder la fuerza que lo sostenía y caer desmadejado contra el suelo ya empapado de su sangre.
Mayka observó a su padrastro muerto, el mismo hombre que la había humillado, violado, golpeado y obligado a recurrir al suicido. Vio cómo la sangre abandonaba su cuerpo, cómo en sus ojos se apagaba la vida a la par que sus latidos se detenían. Pero no sintió alivio. Aquello, la venganza, no eliminaba el profundo sufrimiento arraigado en su alma, no borrada su pasado.
Pero, al menos, ahora estamos empatados. Pensó. Se sintió ligeramente reconfortada y satisfecha, aunque igual de vacía que antes. Seguía estando seriamente dañada por dentro, seguía siendo una psicópata sin piedad. Pero él estaba muerto, como había soñado desde la primera vez que le hizo padecer aquella condena.
Con la experiencia de quien lo ha hecho muchas veces, eliminó cualquier rastro de su presencia en la habitación. Limpió las huellas dactilares, eliminó la de sus zapatos, se aseguró que no quedaran restos de ella en aquel pasado violento y turbulento.
Una vez en la puerta, volvió a mirar la sala que dejaba a su espalda. Observó el cadáver una vez más y sonrió.
-          Adiós, papá. Nos veremos en el infierno. – Cerró la puerta tras ella, asegurándose de no dejar pistas, y se marchó sin mirar atrás.


He estado desarrollándola los últimos días. Es una de las historias más duras que he escrito (creo), pero creo que no he logrado plasmar con suficiente fuerza el dolor, el sufrimiento de una niña violada. Lo siento, lo he hecho lo mejor posible.
La canción de hoy será The kids from Yesterday (los niños del ayer). Otra de My Chemical Romance, que es el grupo que tengo en la cabeza últimamente.  

1 comentario:

  1. Qué gore *,...,* me recordó a Elfen Lied en una parte en la que kjaehflahs queda tendida en el suelo sin brazos ni piernas (y sus brazos sin dedos)...pero ese no es el punto de ahora.
    Seré sincera, la historia me ha gustado bastante, no puedo negarlo, ha sido durísima,cruel, triste y demás adjetivos, y es más o menos el tipo de historia que en el fondo esperaba que algún día escribieras: algo que pase en la actualidad,duro,etc. Peeeeeeero...hay un pero...bueno,más que un pero es el cómo me he sentido, y es que apenas he sentido lástima por Mayka, quizás porque es algo que está tan tan tan(-chan) visto actualmente que ya (y creo que no soy la única) somos algo inmunes a este tipo de cosas (siendo una excepción el caso de "el monstruo de Amstetten")
    No es de las historias más duras que has escrito (por los motivos que te he dicho),creo (yo también). Me ha gustado, creo que el blog necesitaba un pizco de realidad, como en "25-11. Contra la violencia de género no existen vacunas" y no sé si en otro más.

    Me gusta el ritmo de la canción de hoy....pero...me quedo con Bulletproof heart *///*

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