03 marzo, 2012

La pequeña Dakota del Norte ha encontrado, por fin, su sur.

Había empezado la primavera. La nieve se estaba derritiendo allí donde el suelo se enfrentaba contra ella sobre la carretera del aparcamiento trasero del hospital. Me quedé observando la nada con expresión ausente, sentada en el muro de piedra, con las piernas colgando sobre la acera y un café cargado, el tercero de la mañana, quemándome las yemas de los dedos. Era una sensación que me gustaba, que conocía desde hacía mucho tiempo. Siempre había mantenido la taza ardiente entre mis dedos, retándome a mí misma a soportar la molestia, porque necesitaría horas de soportar incomodidades para ser una buena neurocirujana. Por eso, sentir el calor del café contra mi piel no me resultaba doloroso realmente, conocía demasiado bien la experiencia.
Pero esos sentimientos… Joder, esos me eran completamente extraños. Dejé vagar mi mirada por los árboles de los alrededores, demasiado escasos para contener algo más que hojas secas y algún que otro pájaro cantor, mientras intentaba analizar con calma el nudo de mi estómago. Llevaba varios días sin apetito, con el pulso acelerado y muy dispersa.
Había empezado a plantearme una enfermedad seria. Nunca, jamás, me había pasado algo por el estilo y, aunque la medicina no solía guardarme secretos, ahora me tenía aterrada.
Berbí otro sorbo de ardiente café, intentando ordenar mis ideas y buscar una explicación lógica para el caos que se había desatado en mi cuerpo inexplicablemente.
-          ¡Dakota! – resonó una voz a mi espalda, sobresaltándome. Al pronunciar mi nombre, Kayla siempre alargaba ligeramente la o, como si fuera su firma. Lo llevaba haciendo desde la primera vez que me llamó por mi nombre, hacía… diez años ya, cuando la conocí en el instituto. – Te estaba buscando.
Kayla se sentó a mi lado en el muro, portando una bebida idéntica a la mía. La observé de reojo y sonreí, inevitablemente. Se había vuelto a cortar demasiado el pelo y a ponerse esas chillonas mechas anaranjadas que le hacían parecer una adolescente rebelde en lugar de una cardiocirujana reconocida a nivel nacional. Llevábamos siendo amigas demasiados años; habíamos estudiado medicina juntas, y hecho la especialidad en el mismo hospital, compartiendo un pisito pequeño que podíamos pagar con nuestro mísero sueldo de internas. Nos habíamos apoyado mutuamente, cuando ella perdió a su madre, cuando murió mi padre, cuando le diagnosticaron Alzheimer precoz a su tía y cuando atropellaron a mi hermana. Habíamos estudiado juntas cada día durante los seis meses anteriores a los exámenes finales. Aquella chica de ojos divertidos y alegres era más familia mía que la que me crió en mi infancia.
-          Ya me has encontrado. ¿Qué te has hecho en el pelo? – me burlé de ella.
-          Calla, anda. ¿Me queda tan mal? – hizo un puchero y parpadeó varias veces, en su memorable expresión de pena.
-          No. Fue peor cuando te lo teñiste de fucsia y te pusiste una rasta. Ahí sí que parecías una drogadicta. Ahora solo estás… desenfadada y juvenil.
Se rió muy alto, como siempre hacía. Siempre había sido muy vital; quizá fuera una de las razones por la que me gustaba tanto su compañía. Parecía contagiarme esas ganas de vivir, de luchar, que a menudo me faltaban.
Apoyé la cabeza en su hombro y cerré los ojos, disfrutando de la armonía de sus carcajadas.
-          ¿Va todo bien? – me preguntó sin más. Nos conocíamos demasiado bien.
-          No lo sé. Me siento… enferma. Creo que podría ser hepatitis o algo peor.
Kayla se quedó en silencio unos instantes, con su mano sobre la mía y removiendo el café dentro del vaso, otro de sus gestos habituales.
-          ¿Cuáles son los síntomas? – nuestra formación médica siempre acababa reluciendo, no había forma de evitarlo. Teníamos la medicina inyectada en las venas.
-          Sensación extraña en el estómago, inapetencia, alteración del pulso, pérdida habitual de la noción del mundo. Hay varias enfermedades que me cuadran, pero la hepatitis es la que más se acerca, en uno de sus primeros estadios.
Ella se quedó en silencio durante un rato, mientras me recorría el brazo con los dedos, en un gesto tranquilizador que me quería decir que estaba cavilando sobre lo que le acaba de decir. Finalmente, percibí que, incoherentemente, sonreía.
-          Sé de otra enfermedad que encaja mejor con los síntomas y es mucho más factible.
-       ¿Sí? ¿Cuál? – la miré a los ojos, verdaderamente intrigada. Ella me devolvió la mirada, con una enorme sonrisa en el rostro y un brillo curioso en los ojos que no auguraba nada bueno.
-          Parece ser que mi pequeña Dakota del Norte ha conocido, por fin, el amor. – Emitió una carcajada.
Puse los ojos en blanco, mientras resoplaba. Bebí otro trago de cafeína, para eliminar de mi cabeza todos esos tontos pensamientos que zumbaban de un lado para otro.
-          No digas tonterías, Kayla.
-      Ah, sí. Por supuesto. – Me acarició el cabello. – Cariño, te estás enamorando. Y el sentimiento ha irrumpido con tanta fuerza en tu vida y tan repentinamente que no te ha dado tiempo ni a darte cuenta. Pero, créeme, a mí era imposible que se me escapara.
Negué con la cabeza, pero sin quitarla de su hombro. Cerré los ojos, agotada de luchar contra la lógica de mi mejor amiga y contra mis propias esperanzas.
-          Ya me he enamorado antes y las sensaciones no eran tan fuertes.
-     Ah-ah. Error. Creías haberte enamorado, pero nunca habías sabido cómo era de verdad, nunca llegaste a enamorarte del todo, que es lo que te está pasando ahora. Déjame adivinar tus demás síntomas: sientes como si alguien te soplara los pensamientos, te late el corazón más rápido cuando estás con él, la vida te sabe a poco cuando no te aprieta contra su cuerpo y te susurra tu nombre al oído, acompañado de un “quiero tenerte en mi cama y en mi vida para siempre”. Te conozco, Dakota. Siempre has sido mi Dakota del Norte, fría, impasible. Te has negado a dejar que tu corazón viviera por libre, te has obligado a mantenerte alejada de una distracción tan grande como el amor. Pero no iba a durar para siempre. Al fin has encontrado tu sur. La persona que te desestabiliza y te complementa.
-          Apenas conozco a Mark desde hace dos meses. No puedo haberme enamorado. ¡Imposible!
-          Entiendo que me mientas a mí, pero, ¿hasta cuándo vas a mentirte a ti misma?
Me quedé en silencio, con la frente apoyada en el hombro de la persona que mejor me conocía en todo el mundo. Allí, oyendo el suave piar del inicio de una nueva estación, con el café enfriándose entre mis dedos, supe que Kayla, por mucho que me fastidiara, tenía razón.
Joder, me estaba enamorando. Me había prometido a mí misma no hacerlo, porque siempre, siempre, acabaría hecha pedazos. No estaba preparada para amar, ¡ni para que me amaran!
Pero no había escapatoria. Escucharlo de los labios de Kayla fue el último argumento que me hacía falta para darme cuenta de que, indudablemente, irremediablemente, violentamente, estaba cayendo presa de la sonrisa de Mark, de sus inteligentes ojos azules y sus labios peligrosamente sensuales. Había intentando evitarlo, poner barreras enormes que restringieran mis sentimientos, pero no había servido para nada. Solo había logrado no darme cuenta de algo tan aparentemente obvio y negarlo hasta parecer idiota.
Suspiré y me acabé los restos del café, mientras la última de mis defensas se derrumbaba por completo. Me erguí de nuevo, sintiendo la mirada de Kayla fija en mi rostro. La miré, sonriendo levemente.
-          Dejémoslo en un “quizás sí”. – Admití a regañadientes.
-      No te diré “¡lo sabía!”, pero dejaré que lo haga el gesto triunfante de mis cejas – puso su mejor expresión de victoria. Luego, me colocó una mano en el muslo y me dirigió una enorme sonrisa de aliento. - ¿Y, ahora, qué?
-          No tengo la menor idea, Kayla. Nunca había encontrado a mi sur.

   Así es como una neurocirujana pierde la cordura. Tenía ganas de escribir sobre ella y auguro una continuación muy pronto (no diré mañana por no meter la pata, pero ojalá pueda). No se puede huir enternamente los sentimientos, acabarán alcanzándote.
   El personaje de Kayla ha sido una improvisación, pero al final de las líneas, ya me tenía enamorada. Era justo lo que hacía falta, a mí y a Dakota, una mejor amiga atolondrada y divertida, pero que fuera razonable por las dos. Ahora solo falta saber qué pensará Mark, ¿no?
  Creo que me ha quedado bien. No tiene mucha profundidad en sí (la historia), pero es divertida (creo, espero). A lo mejor peco de optimismo y es una basura. ¿Opinión en los comentarios, por favor? Y gracias.



1 comentario:

  1. I like it. Sí, me parece divertida. Kayla me gusta, es una Selena o el típico personaje loco amigo/a del protagonista que es más serio.
    Voy a por la otra parte jojo

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