14 enero, 2012

Una sonrisa pícara asomando a la comisura de sus labios. / Dakota.

  Apreté la mandíbula con fuerza y cerré los puños, clavándome las uñas hasta dejarme las marcas en la piel de las palmas de la mano, con los nudillos blancos.
  Clavé la mirada en el suelo para que nadie viera las lágrimas que estaban a punto de escaparse de mis ojos y me obligué a ser fuerte. Pulsé el botón del ascensor, desesperada por esconderme dentro y conseguir huir de aquello. Aunque, realmente, sabía que no había escapatoria.
  El ascensor emitió un sonido cuando llegó y me apresuré a meterme dentro, sin reparar en el otro único pasajero en mi viaje. Estaba pulsado el botón de la planta baja, mi destino también, así que me apoyé en una de las paredes y cerré los ojos, dispuesta a ignorar el mundo durante los dieciséis pisos que me separaban de mi coche.
  -    ¿Un mal día? – preguntó mi acompañante.
  Por un segundo, lo maldije para mis adentros por romper el silencio que tanto necesitaba. Pero… algo en su voz lo delató. Quizá el matiz con el que pronunciaba la d, como arrastrándola. Recordaba ese detalle con exacta precisión porque adoraba oírlo cuando pronunciaba mi nombre.
  Casi involuntariamente, sonreí. Y, de alguna manera, el enorme peso que cargaba ese día sobre mí se aflojó al volver a ver sus ojos azules y rememorar el sabor de sus labios.
  -    ¿Cómo me has encontrado tan rápido? – pregunté, devorándolo con la mirada.
  -    Tampoco fue tan difícil – se apoyó a mi lado en la pared y buscó mi mano con la suya. – Eres la mejor neurocirujana de la ciudad, ¿sabes? Una simple búsqueda en Google fue suficiente.
  Me reí, lo que aligeró aún más el nudo del estómago. Sentí como las lágrimas se secaban y desaparecían detrás de mis párpados cerrados.
  -    Y, encima, ¡trabajas en el hospital más grande del Estado! – exclamó él, fingiendo un tono de indignación. - ¿Subestimas mi inteligencia?
  -    La verdad es que el otro día no la pude apreciar en todo su esplendor. Apenas podías balbucear dos sílabas seguidas. – Repliqué, con el simple fin de molestarlo.
  -    Cierto. Maldita sea, tengo que dejar el alcohol. – Suspiró. – Así nunca conseguiré ligar.
  -    Conmigo funcionó – me encogí de hombros.
  Nos miramos a los ojos, pupila contra pupila durante una milésima de segundo antes de que nuestros labios empezaran a acercarse por cuenta propia. Sentí el impulso de parar el ascensor allí, entre dos plantas, y dejarle que me liberara por completo del dolor del día.
  Pero alguien había llamado al ascensor en la quinta planta y la puerta se abrió de repente, justo el instante antes de que consiguiera alcanzar su boca. Me separé de él de golpe, como si alguien me hubiera empujado, y observé a la persona que entraba en el diminuto espacio.
  Era una de las enfermeras-cotillas, como las llamábamos el grupo de cirugía. Estaba concentrada rellenando unos papeles, lo que me salvó de ser el cotilleo del hospital durante la siguiente semana. Levantó la vista y me miró por encima de sus gafas marrones. Luego, sus ojos se desviaron hacia Mark, para después regresar a mí. Sonreí.
  -    Buenos días, Marion.
  -    Buenos días, doctora Rise. – Respondió con tono aburrido.
  El resto del trayecto, Mark me dirigió miradas ardientes, suplicándome un beso por detrás de la maldita enfermera, pero yo me negué en todas las ocasiones. Tuve que contener la risa ante su puchero. Y descubrí lo mucho que aquel hombre me atraía con su actitud, el timbre de su voz y la manera en la que me hacía reír. Conseguía aliviar los tormentos de mi alma.
  Me siguió a una distancia prudencial hasta el garaje, mientras yo me despedía de otros médicos y enfermeras que me deseaban un buen día con educación y un toque de compasión que me sacaba de quicio.
  Cuando llegamos a la puerta que daba al sótano, él se adelantó mientras rellenaba unos documentos. Lo seguí con la mirada, intrigada.
  Me apresuré a ir detrás de él. Justo mientras cruzaba el umbral, una mano fuerte tiró de mí. Un gemido bajo escapó de mis labios, listo para desembocar en un grito, pero unos brazos fuerte me rodearon y acabé con la cabeza apoyada sobre un marcado pecho masculino. No grité, porque recordaba a la perfección al portador de aquella colonia masculina que alteraba mis hormonas.
  Entonces, quedé atrapada por sus labios y por sus brazos rodeándome, apoyada sobre él y él sobre la pared del garaje.
  No podría definir el tiempo que estuvimos allí, perdidos el uno en el otro, quizá porque estaba centrada en otra cosa. Probablemente por eso. Pero, finalmente,  hubo un momento en el que conseguí separarme de él.
  -    No voy a quedarme en el garaje de este maldito hospital ni un segundo más. – Susurré.
  -    Me parece bien. Vámonos de aquí.
  Me guió hasta una enorme moto negra y me tendió un casco, con una sonrisa pícara asomando a sus comisuras. Silenció mis quejas acerca del peligro de las motos y de que no podía dejar mi coche allí con uno de sus demoledores besos. Y ya no tuve nada que argumentar.
  Rodeé su cuerpo con mis brazos, aprovechando la excusa de no caerme de la moto. Una excusa terriblemente peligrosa.
  Cuando arrancó y la velocidad comenzó a ascender, mientras veía el paisaje pasar demasiado cerca, la adrenalina fluyó libremente por mis venas, inyectándome directamente un subidón emocional. En mi mente ya no hubo lugar para el dolor de haber perdido un paciente en la mesa de operaciones esa mañana, porque estaba saturada de Mark. Y me encantaba.

  ¡Quiero/necesito opiniones! No me vale  un "me gusta", quedáis advertidos. Algo un pelín más extenso.
  ¡Gracias de antemano!
  Canción de hoy:  Stay. La escuché hace muchíísimo y me encantó. Hoy la he recordado de nuevo y por eso está aquí.

2 comentarios:

  1. dhcb shc
    hdb hvj
    hbcf dhb fvdjb fduy
    jdfvbdjvb f djkiepfviedv fdjvn vbhu
    Ya he acabado la parte de extenderme xD
    A ver, me pediste sinceridad... No creo que haya sido uno de los mejores, pero tampoco está horrible.

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  2. DDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDD: Lo sabía, es mediocre. Tengo que perfeccionarlos muchísimo.

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