17 junio, 2012

La adicción al abismo es (peor que) una droga dura.


Cuando el desconocido entró en la sala, atrajo todas las miradas de la sala. O, al menos, el noventa por ciento de las femeninas y un alto porcentaje de las masculinas cercanas a la entrada.
Mandy Thomson, rubia, alta, ojos azules y cuerpo de modelo, fue la primera en verlo en entrar, sentada al lado de la puerta como estaba. Arrastró la mirada por el individuo, inspeccionándolo despacio, tomando nota de cada uno de los detalles que la atraían de aquella pieza propia de una firma de ropa de diseño.
Llevaba una sencilla camisa negra, con un símbolo de dos enormes alas negras en el centro, dentro de un círculo dorado. Una señal extraña, pero ni siquiera le prestó atención. Una chaqueta de cuero se ajustaba a su cuerpo, marcando la forma de sus bíceps y el diámetro irresistible de su espalda. Llevaba unos vaqueros ligeramente estropeados que le sentaban como un guante y ocultaba sus ojos tras unas gafas de sol completamente oscuras, que impedían cualquier vistazo a sus pupilas. Pelo corto, despeinado de un modo seductor. Parecía que cada una de las minucias de su atuendo estaba estudiada al milímetro para potenciar esa irresistible aura que lo impregnaba.
Entonces, tras echar una mirada a la estancia, esbozó una sonrisa traviesa que hizo que su corazón empezara a hiperventilar.
Aquel tipo parecía un cazador, buscando una presa, y a ella no le importaba lo más mínimo serlo.
Se levantó de un salto y corrió a darle la bienvenida a la clase, aunque estuvieran a mediados del segundo semestre. Y, por supuesto, a ofrecerle su ayuda en todo lo posible, con un descarado coqueteo de acompañamiento.
-          ¡Hola! – saludó, dibujando la mejor de sus sonrisas, la que conseguía que todos los chicos corrieran a intentar atraparla entre sus redes. Debía ser la primera en cazarlo o cualquier otra zorra de la universidad se haría con él.
Él la miró a través de las oscuras gafas y enarcó una ceja. La sonrisa se acentuó, aunque ahora parecía ligeramente amenazante. Algo en el interior de Mandy tembló y retrocedió un paso antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, pero había sido puro instinto de supervivencia. La respuesta de la gacela al saberse demasiado cerca del león, sentir que había caído de lleno en la trampa. El pánico la embargó por completo y la enmudeció, mientras se le ponía la piel de gallina.
-          Vaya, hola. – Le lanzó un vistazo, recorriendo sus curvas con una mirada lánguida. – Bonito cuerpo, sin duda.  – La miró a los ojos y ella volvió a sentir ese miedo irracional que la impulsaba a huir. – Tienes suerte de que no tenga hambre y de que, ahora mismo, busque a alguien mucho más interesante. – Entonces, su gesto se endureció. Mandy pudo percibir el desprecio que le dirigía, aun sin verlo en sus pupilas; el gesto de sus labios era suficiente. – Piérdete.
Su cuerpo reaccionó antes que su mente y, antes de que pudiera procesar que un hombre la hubiera rechazado (un hecho insólito), se dio la vuelta y regresó a su sitio, con el rabo entre las piernas. Algo dentro de ella se sentía aliviado, como si acabara de escapar de una sentencia de muerte. ¿Por qué estaba agradecida? De pronto, volvió a estar irritada. Nadie la rechazaba, nunca. Ella era la más guapa, insuperable. ¿Había dicho que buscaba a alguien mucho más interesante? ¡Imposible! Lo persiguió con la mirada, furiosa, deseando saber quién coño era la persona que aquel espécimen perfecto que ella había elegido como suyo prefería. Porque, fuera quien fuera, estaría arruinado a partir de ese momento. Ella se encargaría.
Sinner se ajustó las gafas de sol y volvió a recuperar su sonrisa pícara. Pobre chica confusa. Creía ser la reina del mundo y era solo una minúscula parte sin importancia del cosmos, que se acabaría convirtiendo una pieza del montón de la mierda de la sociedad: aburrida, predecible. Posiblemente, se casaría con un viejo rico que le pagaría sus caprichos a cambio de poder disfrutar de sexo con una chica veinte años menor que él.
Contuvo una carcajada. Pobre idiota. Era escoria.
Y había tenido suerte de que él la rechazara, aunque ella no podía imaginárselo, claro. Su amor nunca duraba más de una noche y siempre traía una buena cantidad de dolor: empozoñaba el corazón, enloquecía los sentidos y hacía perder (literalmente) la cordura a la receptora de los placeres. Sí, durante una maravillosa noche disfrutaría de una lujuria sin igual, pero a la mañana siguiente, su cuerpo y alma estarían destrozados. Él siempre se ocupaba de ello, era el precio por recibir sus atenciones. Ellas disfrutaban, él se alimentaba. De su belleza, de su ingenuidad, de su juventud, de todos aquellos sueños vanos.
Pero ahora no tenía hambre, por eso Mandy se había salvado. Tenía cosas muchísimo más importantes entre manos. Porque ahora la estaba buscando a ella. Su sonrisa se acentuó solo de pensarlo y cerró los ojos un solo instante saboreando de antemano el placer del rencuentro. Aun careciendo del sentido de la vista, era capaz de olerla. Y, aunque hubiera perdido también ese sentido, hubiera podido seguir sintiéndola. Cada una de las células de su cuerpo reaccionaba a su cercanía: gemían, enloquecían, explotaban de placer, se excitaban unas a otras, se agitaban, se revolvían. La necesitaban, igual que un cocainómano necesitaba un chute más. Era su maldito droga. Y era una droga dura, joder, de las que se convertían en difíciles de sobrevivir cuando no las tenías continuamente en tu sistema circulatorio.
Él ya había pasado tiempo suficiente sin verla. El mono llevaba meses atormentándolo y… finalmente, había caído en la tentación de ir a buscarla, aunque tuviera que incumplir su promesa. Ya no era capaz de soportarlo.
La encontró en medio del aula, rodeada de un montón de humanos anónimos que no se merecían tenerla cerca. Tuvo que contenerse para no acabar con la vida de todos ellos, solo por contaminar el oxígeno con su presencia. La contempló durante un instante, antes de que ella lo mirara. Quizá aun no lo hubiera percibido.
Su cabello negro, oscuro como un mundo sin luz, le traía a la memoria todos los segundos en los que había enredado sus dedos en ellos, en los que se perdió en su cuero cabelludo, al igual que si fuera el paraíso. Para él, siempre lo había sido.
Una piel pálida que contrastaba con la intensidad de sus ojos, de ese perenne e insólito violeta que había sido lo primero que lo había atraída y enloquecido de ella. Y, después, la había conocido. Había descubierto la enorme y devastadora personalidad que se escondía agazapada detrás de todas sus mentiras, había experimentado en su propia piel una pasión capaz de dejar pequeña la explosión de una estrella. Ella era una droga dura; le causaba una adicción física, psicológica y emocional. Añoraba su cuerpo, sus manos, sus labios. Su sonrisa, que le prometía mil pecados. Su voz susurrándole al oído que, con ella, jamás necesitaría a ninguna otra. Esa era una de las pocas veces que de sus labios, carnosos y demoledores, no había escapado una mentira.
Se levantó las gafas para contemplarla sin ningún tipo de filtro. Sus iris negros no necesitaban más para disfrutar que su visión.
Se quedó parado a su lado, pero ella no levantó la vista.
-          Hola, preciosa – pronunció finalmente.
Por fin, elevó la mirada. Sus ojos violetas se clavaron en su rostro y se le escapó una sonrisa, aunque se obligó a reprimirla. Él no borró la suya.
-          Me prometiste un año, Sinner. – Replicó ella, frunciendo los labios.
-          Lo sé. Pero tú ya sabías que nunca cumplo mis promesas. – Le acarició la mejilla con los dedos con la misma suavidad que si se tratara de un jarrón de porcelana. – No podía seguir sobreviviendo sin ti.
-          Yo también te echaba de menos. Pero aun me quedan dos meses para acabar la carrera. – Se colocó un mechón detrás de la oreja.
-          No te hace falta. Nada de esto te hace falta. – Se agachó hasta que sus ojos quedaron frente a frente y, entonces, le ronroneó al oído. – Cariño, somos inmortales.
Ella le mordisqueó el lóbulo de la oreja, que quedaba al alcance de sus labios.
-          Lo sé. Pero estaría bien cumplir alguna de los objetivos que había acordado. Y ambos sabemos que, cuando estamos juntos, apenas soy capaz de hacer otra cosa que no sea fundirme con tu cuerpo – sus palabras le provocaron un escalofrío y tuvo que hacer un esfuerzo enorme para no besarla allí mismo, encerrarse con ella en alguna habitación y saciar su necesidad de tenerla tan cerca como fuera posible.
-          Por favor, Abyss – suplicó. – Seré bueno, pero no me obligues a marcharme de nuevo.
Ella se hizo para atrás, se echó el pelo a un lado, dejando la nuca despejada, y lo meditó un instante. Mientras, Sinner recorrió sus labios con los dedos, para luego descender por su cuello.
-          Tú ganas. – Acabó por responder ella.
Sinner sonrió. La atrajo hacia él en un segundo y selló su aceptación con un beso tórrido, álgido, una promesa de la recompensa de volver a estar con ella. Cuánto había echado de menos su sabor, la forma en la que se amoldaba a él. Casi parecía que hubiera sido creada para convertirse en su perdición. Solo ella era su punto débil.
-          ¿Sabes? En 10 minutos empieza mi clase. – Ronroneó contra sus labios Abyss. – Es larga y aburridísima. ¿Te apetece que te enseñe mi habitación individual mientras?
-          No puedes imaginarte cuánto.
Ambos sonrieron y se levantaron. Sinner la pegó a su cuerpo, rodeándole la cintura con el brazo para no separarse poco más de un par de milímetros de Abyss. Su abismo personal, uno del que jamás quería escapar. A menudo se consideraba un masoquista.
-          ¡Ella! – Vociferó de pronto una aguda voz femenina. - ¡La basura de Sarah Ryans!
Sinner se giró hacia la persona que lo había dicho, tensando el cuerpo, listo para asesinar a quien hubiera pronunciado aquellas palabras. Sabía que Sarah Ryans era el apodo que usaba Abyss para relacionarse con los humanos. Y él no iba a permitir que nadie, nadie en ninguna dimensión ni de ninguna especie, se dirigiera a ella de ese modo. Justo cuando estaba a punto de degollar a una rubia alta que parecía indignada, sintió la mano de Abyss en su hombro. La miró, con la mandíbula apretada. Debía matar a aquella escoria humana, o jamás descansaría en paz.
-          Yo me encargo – Abyss le dedicó una mirada tranquilizadora y avanzó hasta quedar a un par de pasos de la rabiosa Mandy. - ¿Te pasa algo, Mandy? Pareces… ¿cómo decirlo? Una puta cría que acaba de darse cuenta que no es lo suficiente guapa. Ups, vaya, es justo lo que ha pasado. – Ladeó la cabeza y esbozó una sonrisa de superioridad y burla.
-          ¿Cómo te atreves a hablarme así, maldita zorra? ¡Eres inferior a mí, siempre lo serás! Siempre ahí – Mandy entrecerró los ojos – escuchando atenta, como la empollona que eres. Una sucia rata de biblioteca.
Sinner lo veía todo rojo. Quería mancharse las manos de la sangre de aquella puta rubia. Casi sin poder evitarlo, empezó a cargarse de oscuridad, preparándose para matarla con la agilidad, rapidez y sufrimiento propios de su especie.
-          Mandy, lamento decirte que te equivocas de chica. – Abyss frunció los labios, tratándola como una niña pequeña ignorante y exasperante. – Los demás no tenemos la culpa de tus complejos. Ni de que te dieras tantos golpes en la cabeza de pequeña que te hayas quedado discapacitada mental. – Entrecerró los ojos y se acercó a ella en una milésima de segundo, rodeando su cuello con una de sus manos pálidas. La elevó del suelo sin dificultad, asfixiándola. – Pero te diré una cosa. No soy la humana insignificante que simulo ser. – Aproximó sus labios a la oreja de la chica. – Soy Abyss, el demonio del sufrimiento, la encargada de maldecir a las almas, de expandir el dolor por el mundo. Y no dudaré en regalarte el mayor de los sufrimientos si vuelves a creer que puedes tratarme así. Ahora sabes quién soy, así que puedes empezar a temerme, rubita.
Le soltó el cuello, dejándole la marca amoratada de sus dedos clavados en la piel. Mandy se desplomó sobre el suelo, jadeando en busca del oxígeno que le había sido arrebatado durante unos pocos segundos. Levantó la vista y vio delante de ella la gélida mirada de los burlones ojos del demonio femenino, que parecía disfrutar viéndola tirada en el suelo, humillada.
Se dio cuenta de que, detrás de ella, el guapísimo chico que había intentado conquistar antes la miraba con odio en las pupilas y pudo descifrar el significado de su mirada. Te mataré.
Abyss se dio la vuelta y se largó de la sala, abandonando a la desmadejada rubia, que se había orinado encima del terror de la cercanía de uno de los demonios más poderosos existentes. Del que era capaz de producir agonías eternas.
-          ¿Ves? – se quejó Abyss mientras salían de la sala. – Ahora tendremos que largarnos de aquí. Siempre pasa lo mismo.
-          Deberías haberme dejado matarla – replicó Sinner. Sus ojos estaban completamente negros, sin un ápice de blanco que disimulara su inhumanidad.
-          Era un asunto personal. – Se encogió de hombros.
Lo atrajo hacía sí y lo besó, anclando su brazos en su cuello. Él le rodeó la cintura, hasta que la separación entre ellos desapareció por completo. Entonces, Abyss empezó a succionar la maldad que había acumulado en su interior unos instantes antes, listo para liberarla en forma de dolor hacia la chica, lo que la hubiera exterminado.
-          Delicioso – gimió ella, antes de perderse por completo. Sus ojos refulgieron, tan negros como su alma endemoniada.


  • Solo por si acaso: Abyss es Abismo y Sinner, Pecador. 
  • Ambos son demonios, oscuros, letales, inhumanos. Sinner es un íncubo que se alimenta de las almas de chicas jóvenes y bellas hasta dejarlas convertidas en un saco de huesos, arrugadas y casi muertas. La especialidad de Abyss es el sufrimiento, de cualquier tipo, aunque, por alguna razón, intenta integrarse entre los humanos a menudo. 
  • Esto es una especie de nota al margen, por si quedan algunas dudas razonables. La historia no es demasiado buena, pero me apetecía escribir algo salvaje, que desgarrara la cordura. Demoníaco. Me encanta el nombre de Abyss; probablemente, volverá a aparecer en otra historia, aunque no el mismo personaje. Eso es todo. Supongo que la otra parte del texto anterior llegará, algún día. Pero hoy quería escribir y llenarme de oscuridad. 

1 comentario:

  1. ¿Tengo un problema si te digo que a Sinner me lo imaginé como los de Matrix, como al guardián del tiempo de "In time" o como a Cole de embrujadas?
    Quedaría más perfecto si al final todo se llenara con la sangre de Mandy,ya sabes,órganos por doquier.Realmente es odiosa esa tía.
    Solo me quedó una duda...si Sinner se alimenta de las chicas, ¿por qué Abyss está con él?¿Masoquismo puro y duro?

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