14 febrero, 2012

¿Cuánto dura la inercia de una vida?

   Llevábamos sentándonos en el mismo banco quince años. Parecían pocos, pero allí, entre las pintadas en negro y los chicles mal pegados estaban mis mejores recuerdos.
   Lo habíamos descubierto cuando teníamos doce años, de vuelta a casa, huyendo de los capullos que intentaban robarnos el dinero del almuerzo, casi corriendo como si nuestra vida dependiera de la velocidad de nuestras zancadas. O al menos, así lo creíamos. Pero, claro, solo teníamos doce años.
   Sam me tiró de la manga del jersey y me obligó a seguirlo por dentro del parque, hasta llegar a una zona de espesa arboleda donde, oculto entre el follaje, había un banco casi invisible desde el paseo. Nos sentamos allí aquel día, rezando para que no nos descubrieran, con nuestras preciadas mochilas bien sujetadas al pecho como si fueran un tesoro de valor incalculable en lugar de un trozo de tela con cremalleras y medio millón de manchas de arrastrarlas por el suelo.
   Volvimos la mayor parte de los días aquel año. Y el siguiente, y el siguiente. Hablábamos de chicas, de fútbol, de crecer y largarnos de aquel maldito pueblo que asfixiaba a sus habitantes. Grabamos nuestros nombres en la vieja madera desteñida del banco con todo lo que encontramos. Y fechas, y más fechas, hasta que casi olvidamos cual era cual.
   Pero, mientras ahora estaba sentado allí, observando cómo el viento mecía las hojas de los árboles a mi alrededor y completamente solo, solo podía recordar una de las miles de ocasiones en las que compartí mi tarde en ese lugar con Sam.
   Haría dos meses, quizá un poco más. Era invierno, el crudo invierno de un pequeño pueblo del norte de un país, por lo general, helado. Hacia frío, así que calentábamos nuestros maltrechos cuerpos de veintitantos años con cerveza barata y cigarrillos.
   Recuerdo que le había prometido a Ana dejarlo, pero siempre me escapaba de mis juramentos en el banco, porque ninguna ley se aplicaba allí, ni promesas.
   Sam tenía la vista clavada en el suelo de piedra, en una hoja muerta que se arrastraba con su último hálito de vida llevada por el viento. Un cigarro se consumía entre sus dedos, mientras las cenizas caían olvidadas en la tierra a sus pies.
   Sin mirarme, comenzó a hablar. Y jamás olvidaré la expresión de su rostro, aunque pasen otros quince años, ni el desapasionado tono de su voz.
   -    Ryan, he descubierto que nos movemos por inercia. – Susurró. Luego, dio otra calada devastadora al cigarrillo y lo tiró al montón de cenizas, asesinándolo por completo al aplastarlo con el pie.
   Exhaló el humo hacia el cielo, con los ojos semicerrados, formando círculos tal y como nos había enseñado su tío cuando teníamos diecisiete.
   -    ¿Qué quieres decir? – repliqué. Yo siempre había sido el de letras, el menos inteligente de los dos. Sam era el genio, el que había estudiado Física en la universidad y se había doctorado con alabanzas de sus profesores.
   Me miró con una media sonrisa.
   -    Verás, hay un fundamento físico que dice que, cuando un cuerpo termina de realizar un movimiento, continúa desplazándose durante un período de tiempo por la fuerza del movimiento simplemente, hasta que, finalmente, la fuerza de gravedad y la de rozamiento lo detienen por completo. Nosotros somos la inercia. Hubo un tiempo, buenos tiempos, en los que nos movíamos de verdad, en los que nuestras vidas tenían fuerza suficiente para generar un movimiento. Teníamos razones para luchar; un motivo que nos impulsara a levantarnos cada mañana.
>> Pero, ahora… Joder, no hay nada que merezca la pena. La sociedad nos oprime, nos aplasta. Ni siquiera tenemos un empleo que nos motive, ni una relación que nos apasione. En este puto mundo donde todo se nos da hecho, ¿qué nos motiva a movernos? Nada. Por eso, ahora solo somos la inercia, Ryan. Somos lo que resta de una vida plena y de nosotros solo queda estas cenizas que pronto se llevará alguna racha de viento. – Le dio una patada al cigarrillo que continuaba a sus pies y las cenizas se elevaron en el aire por el movimiento, para luego volver a posarse en el suelo. – Y, ahora, lo único que nos queda por preguntarnos es, ¿hasta cuándo durará la inercia? ¿Cuándo las fuerzas que nos obstaculizan, que impulsan nuestras vidas al desastre, nos pararán por completo? – no me miró a los ojos ni una sola vez mientras musitaba las palabras, y por eso supe que las decía completamente en serio.
   Me quedé callado, con la cerveza entre mis manos congeladas y la respiración atascada en los pulmones. Carraspeé, buscando algo qué decir.
   -    No digas tonterías – me obligué a recriminarle.
   Él se rió, un sonido vacío, y olvidó el tema. Volvió a preguntarme por mi futuro viaje a Londres y a encausar la conversación y yo me limité a sentirme aliviado. Pero las palabras se quedaron grabadas a fuego en mi mente.
   Y las rememoré, una por una, cuando un mes y medio después de aquel día entré en mi apartamento, el que compartía con Sam, y encontré su cuerpo sin vida sobre el sillón. El día en el que perdí a mi mejor amigo.
   Cuando la ambulancia se hubo llevado su cadáver, la encontré en la mesa del salón. No sé cómo pude pasarla desapercibida, pero supongo que se debió al enorme shock de encontrarme el recipiente vacío de lo que hasta entonces había sido una de las personas más importantes de mi vida.
   Era una nota. Pequeña, sencilla. Escrita con su caligrafía gruesa, pero elegante.
   Lo siento, Ryan. La inercia nunca dura para siempre.
   Y eso fue todo.
   Ahora, quince días más tarde, estoy sentado en el mismo banco en el que siempre estuvimos los dos, pero en esta ocasión, solo. En el mismo banco donde él, sin yo saberlo, me confesó su suicidio. En el mismo bando donde yo decidí ignorar el tema porque sus palabras daban miedo, esas malditas palabras que ahora yo tenía grabadas en mi memoria, las que recordaba todas las noches al acostarme, con la voz hueca de Sam.
   Permanecí allí un tiempo que no pude percibir, viendo a Sam una y otra vez en mi mente, todo lo que habíamos compartido. Tantos años. En algún momento comenzó a llover, con fuerza, y las gotas limpiaron el paso por el mundo de mi mejor amigo, mientras yo seguía solo en aquel puto banco.

   Canción de hoy: Beat the Devil's tattoo. Tiene algo muy lúgubre, no sé. Me encanta, porque me transmite. Me transmite a secas y eso es lo que busco en todo lo que me rodea.
   Estoy pensando en cambiar el diseño del blog a algo mucho más simple, porque me abruma tanto color en el formato. No sé, supongo que este fin de semana haré un par de pruebas a ver si me convence una remodelación. 
  Como siempre, espero que el texto cumpla las expectativas (si estas no son demasiado altas, claro). Y también espero que vivas una vida, y no la inercia de una pasada.

3 comentarios:

  1. Según nuestra amada Olga, hay que hay que tener una postura crítica más allá del "estoy de acuerdo", "me gusta" o "me parece bien". Y además para dejarte callada, y que no me digas que siempre digo lo mismo, enteradita, empiezo:
    Me has sorprendido gratamente, me ha llegado, es lo que muchas veces pienso, no con la inercia, porque no sabía lo que era, pero si algo así. En ocasiones me pregunto si verdaderamente esto es todo, sé que soy joven, pero es que en realidad, no me ilusiono... Me he sentido identificada con Sam Merlotte (vamos añadir algo de humor trúbl[óá]d al asunto).
    No me gusta mucho como me ha quedado...
    Bueno, ¿qué? ¿Cuándo escribes algo amoroso? ¿Eh, eh?

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  2. Has despertado a una bestia,Desirée (refiriéndome a la gran Ireth, pero espero,por tu bien,si quieres conservar tus queridas piernas,y por qué no,cara, que lo de amada fuera la reina de las ironías).
    Es verdad que hoy pensaba que iba a ser una historia romántica, pero sería lo típico,me explico de forma breve y concisa,has sido,como siempre,muy original.
    Seré franca, el final, ha sido sublime y me gustó la frase de Sam que puso en la carta. Y me identifico un 70-85% con Sam ya que pienso así la mayoría de los días por no decir todos.
    Respecto a la historia,te odio,estaba escribiendo una,pero leí la tuya y se me vino el mundo encima,soy tan mediocre como la historia que estaba haciendo. Cada vez que leo alguna obra tuya me siento más inferior a vd. y a la vez, vd. es más superior a los demás humanos.Aunque también he de decir que esta historia me ha llegado bastante,pero hay otras que me han llegado más (la de la violencia esa,la otra cuyo nombre no recuerdo y la de los alveólos y creo que no me dejo ninguna atrás)
    Un diseño más simple le pega ya que la mayoría de las historias son crueles,tristes y demás.
    Por favor,no escribas algo amoroso, y si lo haces, que tenga su lado cruel,muy cruel,vamos, que muera alguien o algo, que uno entre en coma...

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  3. jajajajajajajahaja Primero que nada, gracia a las dos <3 Me alegra de que te hayas extendido mas Marta porque así se mejor tu opinión (y, tranquila, que ya tengo en mi cabeza otra entrada y es amorosa). A mi me ha encantado tu comentario *w*
    Irene, deja de tratarme de usted D: Yo también pienso que mis textos era mediocres (lo sigo pensando a menudo) y seguro que son mejores de lo que piensas. Además, la única forma de mejorar es seguir escribiendo un montón para encontrar tu propio estilo. En serio, no te infravalores... (lamentablemente, no creo que la próxima entrada sea con muerte ni nada xD)
    Yo también pienso muchas veces como San y ahora estoy en un periodo en el que me faltan ganas :/ Pero hay que seguir adelante :)

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