19 diciembre, 2011

Solo a veces tengo nombre. Pero no siempre es el mismo. // Sonrisas de Cheshire. (III)

Los motivos eran algo que aún escapaba de su conocimiento, pero siempre se sentaba en la mesa tres, completamente sola. Nunca variaba en su pedido, un café vienés, que dejaba en el lado derecho de la mesa, pero solo se lo bebía el 65 % de las veces. Nada de revistas ni periódicos, solo libros. Algunos días leía de verdad, otros contemplaba la página durante largas horas, inmersa en su propia historia interior.
Vic la había visto fruncir el ceño de pronto, o apretar los labios, por lo que había deducido que pensaba en algo. Y la curiosidad le carcomía todos los órganos del cuerpo, le hacía cosquillas en el cerebro y le provocaba descargas de demasiados vatios en el corazón. No podía contenerse más. En más de una ocasión, se había aferrado a la silla para no levantarse de un salto y preguntarle su nombre, o la razón del extraño tic que lo mantenía hechizado, hipnotizado, con la vista clavada en su figura. Probablemente no era cierto, pero a menudo creía que llegaba a dejar de parpadear para no perderla de vista.
Empezaba a obsesionarlo. No, era mentira. Lo obsesionaba por completo. Asaltaba sus sueños y lo despertaba de madrugada. Entonces, solo podía pensar en su pelo castaño, en sus ojos grises y recordar sus medias sonrisas en forma de luna. El sueño se esfumaba entre sus respiraciones y el insomnio lo acompañaba hasta que sonaba el despertador.
Aquel día, en la misma mesa, no estaba leyendo. Parecía más perdida que de costumbre, incluso había dejado el café totalmente intacto a su lado.
Vic había empezado, hacía varios días, a contar el tiempo por el número de veces que se llevaba las manos al pecho y luego las dejaba en su regazo.
Cuando contó seis, no lo pudo soportar más. Se levantó de la silla, cogió su capuchino y se acercó a ella. Esperó dos más, hasta atreverse a carraspear con cuidado.
Ella elevó la mirada hasta su rostro y le dirigió una sonrisa de Cheshire, de esas que ponía el gato de Alicia. Vic supo que, esa, precisamente, era la sonrisa que había preparado para él.
-          ¿Está este sitio ocupado?
Ella ladeó la cabeza, como si no hablara el mismo idioma y le costara desentrañar el significado de aquellas sencillas palabras. Vic esperó, paciente.
-          No.
La respuesta flotó entre ambos un segundo antes de desaparecer. Él volvió a esperar. Luego, dejó el café sobre la mesa y se acercó al sitio libre. Parecía un investigador intentando acercarse a un animal interesante sin espantarlo, pero es que sentía que ella saldría huyendo en cualquier momento.
Finalmente, tomó asiento.
-          Hola. – Tomó aire, una, dos veces. Algo rebullía a alta temperatura en su estómago y le subía por la garganta, en forma de insectos, embargándolo de la emoción de los juguetes nuevos y los primeros besos.
-          Hola. -  Respondió ella. Cerró el libro y posó la mano en el café, pero no hizo ningún movimiento para beber.
Ahí se había quedado. No tenía ni idea de cómo seguir, de cómo conseguir que ella le dijera su nombre sin parecer un patético desesperado acosador ni un ligón de poca monta. Él necesitaba saber su nombre, llamar de algún modo al rostro que lo perseguía en todos sus pasos; saber quién lo acompañaba, llenando su mente, las malditas veinticuatro horas del día.
-          Llevo varios días viéndote.
-          Y yo a ti.
-          Me llamo Vic. – Sonrió. Era el inicio.
-        ¿Vic? – ella frunció los labios, conteniendo la risa. – Qué nombre tan curioso. Como la marca de bolis.
No pudo evitarlo, se rió. Nunca se le había ocurrido y llevaba toda su vida llamándose Vic.
-          Pues sí. Pero es de Víctor, claro, mis padres no me llamaron como una marca de bolígrafos. No me odian tanto. Pero sí lo suficiente para ponerme Víctor. Horrible. Vic a secas es mejor.
-          Cierto. Solo Vic es mejor. Más corto, más divertido. – Ella también se rió y, al fin, bebió un sorbo del café. Por una vez, Vic supo que lo había hecho antes de que estuviera totalmente frío. Era un pequeño cambio en su rutina. Se sentía orgulloso de haber sido él quien lo  había logrado.
-          ¿Y tú? ¿Tienes nombre?
Ella paseó la vista por el local, hasta reparar en la enorme ventana que daba a la calle. Se veían algunas farolas encendidas fuera, porque el día se había rodeado de oscuridad y parecía estar a punto de llover.
-          A veces sí.
-          ¿Solo a veces? – repitió él, sorprendido.
-          Ajá. Hoy, por ejemplo, me llamo Lluvia.
-          ¿Ah, sí? ¿Depende del clima? -  No tenía sentido. Toda ella (Lluvia, hoy) era un enigma formado por piezas que no encajaban entre sí. Locura, incoherencia. Y le encantaba.
-          La mayor parte del tiempo, sí. Cuando hace calor, me gusta ser Sunshine.
-          ¿Y los días en los que no suceden ninguna de las dos cosas?
Su mirada volvió a perderse, como si estuviera buscando un lugar para ocultarse, o eso creyó. Hasta que sus pupilas encontraron a las suyas y vio en ellas determinación. Y luego, tristeza. Para cambiar a la emoción. Sus ojos eran unos actores expertos o unos espejos demasiado transparentes.
-          Cuando el sol no quiere salir, pero tampoco va a llover; cuando las nubes cubren el azul del cielo sin descargar sus lágrimas, entonces soy, simplemente, Arizia.
-          Un nombre precioso.
-          Anodino.
-          No puedo estar de acuerdo. – Descartó la idea con una negación de cabeza.
Ella se encogió de hombros y se llevó la mano al corazón, en ese movimiento rápido que Vic ya conocía tan bien.
-          ¿Por qué haces eso siempre? -  la pregunta escapó de sus labios antes de que pudiera retenerla en su paladar y entre los dientes. Maldijo su estupidez y rezó para que Lluvia contestara.
La chica miraba por la ventana, aun con la palma de la mano descansada sobre su pecho.
-          Durante mucho tiempo, lo hacía por miedo. Incluso podría denominarse pánico. Creía que el corazón, en cualquier momento, quizá mientras caminaba por la calle, dormía o leía, se me iba a parar de repente. Y entonces, me moriría. Me obsesionaba pensar en ello. No había razones para creerlo, claro que no, pero el terror me atenazaba el estómago y me colapsaba los pulmones. Incluso me ponía a temblar. Así que empecé a llevarme la mano al pecho cada dos minutos y veinte segundos para asegurarme de que el corazón no se me había detenido, de que seguía viva. No sé por qué cada dos minutos y veinte segundos, eso no lo decidí de forma consciente.
>> Con el tiempo, lo adopté como costumbre. Ahora, por ejemplo, sé que ya no va a pasar.
Se paró un instante, meditabunda, y sonrió.
-          El médico no se equivocó en una cosa. El marcapasos ya apenas se nota. Ahora, él se asegura de que mi corazón siga permitiéndome vivir, no hace falta que lo compruebe. Pero lo sigo haciendo cada dos minutos y veinte segundos y me siento segura, de algún modo. Es una tontería, pero me relaja. – Cerró los ojos un momento, asegurándose de notar los latidos de su irregular corazón contra la palma de la mano extendida. Se aseguró de seguir viva y, luego, sonriendo, dejó la mano en su regazo de nuevo.
Volvió a clavar sus pupilas en las de Vic, que la observaba extasiado. Había descubierto un detalle nuevo sobre ella y había sido incluso mejor de lo que había esperado. Ella era más. Era magia, demencia, explosiones de color, el olor de la hierba mojada por la lluvia y el calor de los rayos del sol. La suma daba como resultado un Arizia en letras mayúsculas, que lo había enamorado con la pronunciación de sus sílabas.

Lo siento, me ha quedado muuuuuuy largo. Pero una vez empecé, no pude parar. Con esto, termino la primera tanda de fragmentos sobre Lluvia (Sunshine, Arizia) y Vic. La chiflada de la mesa tres y el café vienés y el raro del capuchino de la mesa siete. Repito que, cuando suba más (lo haré, lo prometo), pondré el número en el título y que los fragmentos están especialmente en una lista para un rápido acceso, justo debajo de la información de perfil. Espero que esta parte esté a la altura de las otras (que tampoco es mucho).
Y gracias, muchas gracias por haber tomado los minutos de molestia en leerlo. Te invitaré a un vienés.

2 comentarios:

  1. PEEEEEEEEEEEEEEEEERFECTO
    Te invito yo al café vienés con tal de que escribas más de esta historia :D

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  2. xDDDDDDDDDD Sí, ya estoy pensando algunos más. Gracias *-*

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