18 diciembre, 2011

Ella se había convertido en su nuevo pasatiempo favorito. (II)

Tras media hora observándola, decidió que no había girado la página ni una sola vez. Estaba allí sentada, con el café frío de no bebérselo y mirando la hoja del libro, sin leer ni una línea. Parecía sonreír, pero no podía estar seguro. A veces, se llevaba una mano al pecho, como si fuera un tic incontrolable y luego la dejaba descansando en su regazo, para volver a repetir la misma acción al cabo de dos minutos y veinte segundos. Parecía imbuida en el latido del tiempo, como si toda ella estuviera definida por los compases del reloj de pared.
-          Disculpe, ¿la conoce? – le preguntó al camarero.
El camarero miró en la dirección, pero por la mueca que puso nada más escuchar la pregunta, sabía sobre quien le preguntaba antes de verla. Asintió.
-          Está chiflada. Suele venir por aquí, pedir un café y dejar que se congele. A veces lo tira sin bebérselo y paga una euro cincuenta por quedarse ahí sentada embelesada con un libro que no lee.
Finalizado su discurso, el camarero se apresuró a marcharse a continuar con su trabajo, pero Vic lo retuvo antes de que pudiera irse.
-          ¿Qué días suele estar aquí? – preguntó el cliente, con la esperanza tiñendo su voz.
-          Menos los jueves, todos los demás. A esta hora.
Vic asintió y sonrió, sin apartar la mirada de la piel olivácea de la loca de la mesa tres. Y, en aquel momento, decidió que iría allí todos los días (menos los jueves) para descubrir si algún día pasaba la página, si solo leía libros o también revistas, si siempre pedía el mismo café y cuántas veces lo bebía y cuántas lo tiraba. Se prometió que no pararía hasta averiguar su nombre.
Entonces ella levantó la vista, como si hubiera leído en sus pensamientos todas aquellas promesas que la involucraban. Le sonrió y él pudo descubrir que sus ojos eran grises, del color del mar embravecido cuando estalla una tormenta.
No le quedó más remedio. Tras compartir aquella sonrisa, supo que tendría que enamorarla para poder ser feliz, porque ya había empezado a necesitarla ver llevarse la mano al pecho y depositarla en su regazo para sentirse completo. Y necesitaba saber porqué lo hacía. Y porqué le había sonreído.
Ella se había convertido en su nuevo pasatiempo favorito, pero sabía, se lo decía cada fibra de su ser, se lo gritaba su mente dejándose los pulmones, que acabaría siendo la mejor razón que tendría para levantarse por las mañanas.

El camarero observó a la chiflada de la mesa tres, aun en la misma página, aun con el mismo café, aun con el mismo tic. Y luego, al raro de la siete, que no la dejaba de mirar con una sonrisilla en los labios. Pero sabía que no se conocían.
Maldición, ¿por qué siempre tocaban todos los locos en su turno?




 Esta es la continuación del anterior y, obviamente, hay más partes. Probablemente, la próxima entrada también irá sobre ellos, pero, a partir de ahí, a lo mejor subo de vez en cuando alguna ocasional, porque la chica me parece un personaje encantador. Por supuesto, cuando sea sobre ellos, avísaré (pondré en el título el nº de fragmento por el que vaya específicamente de ellos, como he hecho hasta ahora, y además he creado una lista, debajo de la información de perfil, donde están los títulos de los textos relacionados exclusivamente con ellos, para que sean fáciles de encontrar). Sinceramente, los chiflados me pueden. Será que me siento representada en ellos.

4 comentarios:

  1. Maldición, ¿por qué siempre escribirás tan bien?

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  2. DDDD: ¡Pero esto no vale! Así me relajaré y empezaré a escribir más. Atente a las consecuencias...

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  3. Ui sí... Mírame que triste porque escribas más!!! uf uf uf. Es que, es que, me voy a quejar a tu madre para que te castigue sin ordenador y sin tu cuaderno(por si pensabas decirme que primero lo escribes ahí eh eh eh)

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  4. Jajajajajajajjaaja No, no, en el cuaderno rojo solo escribo las historias porno. Que no. Esas en el ordenador, en el cuaderno siempre la de K. Que la tengo que pasar a ordenador. Qué pereza.

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