17 diciembre, 2011

El marcapasos no logra regular a mi alma hiponcondríaca. (I)

Se llevó la mano al bulto que sobresalía en su pecho, justo donde su corazón latía, por fin de manera rítmica. Y solo ahora se daba cuenta de cuánto dolía cada movimiento.
El médico le había dicho que el marcapasos se volvería apenas visible, que nadie se daría cuenta de que había nacido con un fallo en el corazón. Pero no se había enterado que lo suyo no era solo físico, porque había estudiado medicina. No se había molestado en saber que su alma, que ella imaginaba contenida entre los cuatro ventrículos, tampoco estaba  bien.
No se había molestado (aunque quizá la palabra fuera atrevido) a contarle que le lastimaba respirar, pero que no tenía nada que ver con la capacidad de sus pulmones o de sus fosas nasales; su tráquea estaba bien. Había callado que cada vez que daba un paso le temblaban las piernas de arriba abajo y que, a menudo, se agarraba de las paredes para evitar caerse, porque sabían que le harían radiografías y otras pruebas sin sentido que determinarían que no le pasaba nada en las extremidades.
Por eso, llevaba tanto tiempo guardándose para ella que sentía que el diafragma se le descompasaba un par de veces por minuto, que la caja torácica le ceñía demasiado los órganos, que le daban escalofríos en los meñiques y que las sonrisas siempre se le convertían en muecas torcidas que la asustaban.
Incluso, alguna que otra vez, había llegado a sentir que le pesaban demasiado los lóbulos de las orejas.
Pero su cuerpo estaba bien, era su alma la que había nacido con una hipocondría incurable. La que la atormentaba con enfermedades intratables y mortales, que le llevarían a morir tumbada en la cama mientras dormía. Y por eso no dormía. Pasaba las noches en vela, rezando para que todos sus aparatos siguieran funcionando. La vencía el cansancio un par de veces en semana y, entonces, se levantaba empapada en sudor y con las rodillas temblorosas.
El médico creía que poniendo un maldito marcapasos, que regularía los compases arrítmicos de su incoherente corazón, bastaría. Que la estaba salvando. Recordó sus palabras, mientras apretaba su hombro para animar la mirada angustiada de sus iris grises.
-          Anímese, señorita. ¡Le acabo de arreglar el corazón!
Ella lo miró y controló sus cuerdas vocales para asegurarse de que no convertían sus palabras en gemidos sin sentido (aún no entendía por qué le sucedía eso).
-          Doctor, ni siquiera usted puede reparar aquello que no tiene arreglo.

2 comentarios:

  1. Añado en los comentarios, para no estar editando, que este fragmento tiene una segunda parte que subiré cuando escriba... xD

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  2. ais ais ais ais aiiiiiiiiiiiiiiiiiiiis
    Y más te vale que la estés escribiendo ya.

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