27 diciembre, 2011

Derramé un océano de lágrimas, pero a ti ya no te importaba.


Hace tiempo que dejé de beber por diversión y empecé a hacerlo por necesidad. Porque en el fondo de un vaso vacío casi parecía que pudiera sentir lo que me faltaba entre tus brazos. No sé el momento exacto en que desapareció, pero los dos sabíamos que allí no había nada. Rigidez. Y tu mirada perdida mientras te esforzabas por aparentar quererme.
No dudo que yo también erré, pero es que… dolía tanto. Cuando me mirabas y no había nada. Cuando pronunciabas mi nombre con frialdad, como si no valiera nada, como si fuéramos dos perfectos desconocidos en un bar de carretera. Y parecía que todos aquellos malditos años acurrucándome contra tu pecho noche tras noche ya no significaban nada.
Nunca, en toda mi vida, me he sentido tan perdida. Tan sola. Porque tus caricias me sabían a poco, tú no querías seguir cogiéndome la mano cuando salíamos a pasear. Tú ya no querías salir a pasear, ni verme, ni sentirme, ni saber que seguía existiendo.
Empecé a caer.  Aquella vez, tu mano no vino a socorrerme, a evitar que llegara al final del abismo. Intenté buscar algún consuelo en los brazos de otros, pero, joder, los encontré igual de vacíos. El alcohol parecía aliviar las penas, pero el truco es que su efecto se pasaba… casi al mismo tiempo que terminaba de ingerir el contenido del diminuto vaso y mis bolsillos se quedaban hambrientos.
No puedo recordar con exactitud cuántas lágrimas derramé. Quizá un océano entero, aunque creo que no llegó a ser el Pacífico. Y mi corazón me dolía a cada latido. No quería pensar, no quería sentir, no quería ver tus ojos con aquella decepción pintada en el fondo de las pupilas. Y, sobre todo, no quería ver lo poco que te importaba.
Aquella noche me tortura todavía ahora, aquí, encerrada. Cuando las tormentas se desatan de noche, puedo volver a sentir mi sangre resbalando por las muñecas y manchándome la ropa. Créeme, no dolía tanto como lo que sentía por dentro. El calor me proporcionaba cierto consuelo, mientras aquel líquido espeso me recorría los brazos y el cuerpo.
Me dijeron que me encontraste inconsciente y me llevaste al hospital. Y que, de ahí, me mandaron directamente a este centro psiquiátrico. He dejado la bebida. Te prometo que nadie ha vuelto a tocarme, porque me he dado cuenta de que solo quiero tus brazos. Me da igual lo vacíos que estén.
Pero sé, maldita sea, que tú no me amas. Aquí encerrada, tan rota, tan hecha pedazos, destrozada y semiderruida, solo me quedan fuerzas para preguntarte ¿por qué? ¿Por qué yo no fui lo suficientemente buena para ti?

1 comentario: