25 octubre, 2011

Taquicardias a las nueve y cuarto.

  ¿Aún no te has dado cuenta? ¿En serio tengo que seguir esperándote?
  Llevo horas mirándote desde la mesa del fondo, con el mismo vaso vacío porque no puedo pagar otro, pero tampoco puedo irme hasta que te acerques hasta mí y me pidas mi número. No me vale que me lances miradas furtivas y sonrisas tímidas, quiero que vengas y me mires a los ojos.
  Ojalá pudiera hacerlo yo, sentarme en el asiento vacío a tu lado y preguntarte tu nombre, pero el pánico me paraliza las piernas y la respiración se me queda clavada en las costillas. Los latidos se me detendrán un instante, cuando eleves una vez más la vista de tu libro para mirarme a los ojos, quizá con una ceja enarcada por la curiosidad. Probablemente con los ojos chispeantes de esperanza. Pero las palabras no pasaran de mis labios, resecos. Mi garganta se colapsará. Y entonces, sufriré una taquicardia, volverá el miedo al rechazo que me corroe el corazón. Apenas podré hilar pensamientos, mucho menos pronunciar una sola palabra. Y sé, gracias a la larga experiencia, que huiré; entonces, jamás sabré tu nombre.
  Así que, por favor, levántate ya. Porque, cuando el reloj de encima de la barra dé las nueve y cuarto, tendré que dejarte atrás, como un recuerdo perdido. Nunca conoceré tu risa, ni tendré la posibilidades de rozar tus labios con los míos.
  Ahí está de nuevo. Tus ojos me buscan entre el gentío, para luego regresar a la lectura como los de un cervatillo asustado. Maldición, ¿cómo es posible que no te des cuenta de que no dejo de saborearte con la mirada? ¿De que sonrío como una tonta cuando das muestras de que sabes que existo?
  Cinco minutos para la huída. Y a ti te quedan la mitad de las páginas.
  Me acerco a la barra y pago, incapaz de retrasar más el momento. ¡Mírame! ¡Estoy aquí!
  Con un suspiro, me alejo de mi mesa, me calo el gorro y me coloco la bufanda. Y esperas hasta que pongo un pie en la nieve fría de la calle para cogerme del brazo.
  Tus pupilas se clavan en las mías, con ese brillo seductor y pícaro, pero que no puede esconder la timidez que también te embarga. Sonríes. Sonrío. Ambos nos damos cuenta de que no me has soltado y ninguno queremos que lo hagas.
- ¿Ya te marchas? Iba a invitarte a un café.
  Llego tarde. El reloj corre en mi contra, mientras buceo en la profundidad de tus iris chocolate. Empiezan las taquicardias, la respiración acelerada y el sudor frío. Por dentro, estoy temblando como una hoja y aún no he logrado despegar los labios.
  Pero tu sonrisa me descongela el alma. Asiento, sonrío.
- Estaba esperándote.
  Y ya no importa el tiempo, que tenga que irme a las nueve y cuarto. He olvidado todo eso, porque mi cuerpo sigue colapsado y me he centrado en tu mano sobre la mía, mientras tiras de mí hasta la mesa del fondo.

2 comentarios:

  1. ¡Hola! He encontrado tu blog por casualidad , entrando , en otro blog de una de mis artistas favoritas, lei por curiosidad tus post , espero que no te importe , me parece que escribes muy lindo. Si alguna vez piensas hacer una fan fic o alguna historia me encantaria leerla. Mi post favorito es el anterior a este.Bueno espero que sigas escribiendo tan bello.
    Saludos! (L)

    ResponderEliminar
  2. ¡Hola, hola! Muchas gracias, no importa que me leas,al contrario, estoy encantada :) ¡Pásate y comenta cuando quieras que me hace mucha ilusión!
    El anterior texto también me gusta mucho :3
    Un besito (L)

    ResponderEliminar