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No voy a enamorarme de ti - susurró ella, con la cabeza escondida sobre
mi clavícula y la nariz hundida en mi cuello. Sentía sus largas pestañas
haciéndome cosquillas en la piel con cada parpadeo y su respiración no dejaba
de producirme leves escalofríos a lo largo de la espalda.
En el silencio que siguió a sus palabras, mientras
mis ojos vagaban por el cielo infinito que se extendía sobre nuestras cabezas,
sentí que su mano derecha se aferraba a mi chaqueta y me atraía levemente hacia
ella. No pude contener la sonrisa que tiró de mis comisuras, pero me abstuve de
mover las manos. Las dejé sobre el césped, sosteniendo mi peso y el de ella.
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No voy a enamorarme de ti – repitió, aunque esta
vez su voz flaqueó ligeramente, menos decidida. Parecía incapaz de creerse su
propia mentira, como yo no lo hacía. – No lo haré, porque eres malo para mi
salud. Estoy segura de que me vas a volver loca, loca de remate. Vas a matarme
de un infarto. O me expulsarán de la universidad por alguna estúpida razón que
me da miedo descubrir. Algo pasará, de eso estoy segura. Y sé que todo será por
enamorarme de ti.
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Tienes razón – asentí, sonriendo aún más. Sabía
tan bien como ella que acabaría arrastrándola conmigo a todos los problemas, a
todas las huidas desenfrenadas y las clases perdidas. Sabía que no era bueno
para ella, y, al mismo tiempo, era todo lo que ella necesitaba.
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¡Exacto! No me enamoraré de ti.
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Eso ya lo has dejado claro – mi voz burlona
delató la sonrisa que seguía sin poder contener.
Ella alzó su mirada, sus ojos azules entrecerrados
con determinación. Estaba tan cerca de
mí que podía ver las manchas doradas que salpicaban sus iris aquí y allá,
destellos de luz alrededor de la pupila. También notaba las diminutas pecas de
color canela que se repartían por el puente de su nariz y tímidamente sobre sus
mejillas. Y por supuesto, mi atención solía desviarse a sus suaves labios, que
temblaban ligeramente muriendo de ganas de que los besara, aunque ella jamás lo
admitiría.
Porque, a pesar de lo que su cuerpo le pedía, de lo
que su mente exigía a gritos, seguía empeñada en negar la conexión que nos unía.
Y mientras ella siguiera diciendo que no, yo no podría besar cada centímetro de
su piel y perderme en el laberinto de sus curvas, por mucho que me estuviera
consumiendo por hacerlo, por pasar cada instante con ella antes de que la vida
se nos escapara entre los dedos.
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Sé que no me crees, pero no soy como todas las
demás. No voy a caer entre tus brazos, ¡en serio! Eres peor que la peste. Mucho
más dañino.
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¿Y tú no? – repliqué, enarcando una ceja.
Nuestros ojos se encontraron, creando una chispa demasiado propensa a explotar.
Ella desvió la mirada hacia su mano, apenas a unos
centímetros de la mía sobre el césped, tan cerca que podría tocarla en un solo
instante. Y joder que si tenía ganas de hacerlo.
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Supongo que me parezco una tormenta. Es bonita
verlas de lejos, pero cuando te acercas, descubres que destruyen todo a su
alrededor.
-
Me encantan las tormentas – susurré sobre su
pelo.
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¿Aunque te destrocen la vida? ¿Aunque salgas
volando? – volvió a levantar sus ojos hacia mí y una emoción brilló claramente
en ellos: la esperanza. Me estaba preguntando si estaba dispuesto a quererla, a
pesar de que era muy probable que nada fuera bien entre nosotros, porque, ¿qué
puede resultar del choque de una tormenta y un volcán en erupción?
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Siempre que me haga salir volando – prometí.
Ella me dedicó la más bella de sus sonrisas y buscó
mis labios con los suyos, suaves, temblorosos, asustados, apasionados. Y por
fin, por fin, descubrí cómo era el paraíso.
Qué tierno.Aunque no escribieras el capítulo de Sam te perdono porque me ha gustado.
ResponderEliminarDe vez en cuando me gusta que escribas historias aleatorias en este blog. Aunque, con respecto a éste, sabes que nada me gustaría más que continuaras con "Colápsame el alma". Quiero leer a alguien tan tan... como Salamandra *-* .Ya leo a un tonto como Sky (Clark) pero no sé, me gustaba tanto la personalidad de Salamandra que Myst y Sam no son suficientes