20 octubre, 2012

The only hope for me is you.


Diario de Andy, primera entrada.


A menudo pienso que si, por alguna razón, un día yo desapareciera de pronto, nadie se daría cuenta de mi ausencia durante mucho tiempo.
No me refiero a suicidarme, exactamente. Más bien, si me fuera de viaje de manera espontánea o me quedara en casa encerrada durante una semana o dos. O alguien me raptara, no lo sé. Eso no es lo importante, lo que verdaderamente me planteo es otra cosa.
Lo que yo pienso a menudo es que, si yo desapareciera sin más, nadie se enteraría pronto. Últimamente, esa idea me ha asaltado con frecuencia. Hasta ahora, nunca me había importado demasiado vivir sola (incluso disfrutaba de mi preciosa casa solitaria), pero, ahora, de pronto, me encuentro reflexionando continuamente sobre qué pasaría si me cayera mientras me ducho y me diera un golpe en la cabeza. Nadie se enteraría. Ningún compañero de piso acudiría en mi rescate, y los vecinos podrían nunca darse cuenta de que ya no salgo cada mañana rumbo al trabajo como de costumbre.
No digo que esté completamente sola en el mundo. Tengo amigos. Pocos, es cierto. No estoy segura de que, al contarlos con los dedos de una mano, no me sobrara alguno de ellos, pero siempre me han parecido más que suficientes.
Supongo que, en su mayor parte, es culpa mía. Siempre me he apartado del mundo casi de forma voluntaria, refugiándome en la seguridad de una sala vacía antes que enfrentarme a las expectativas de los demás. Llevo día y noche una coraza que impide que nadie penetre en mi corazón y se gane mi confianza. Es mi única defensa para impedir que me vuelvan a hacer daño; por eso levanté el muro infranqueable que me separa del resto de las personas, sea quienes sean. Porque, después de que mi padre me abandonara a los cinco años, ya no me siento capaz de creer que nadie va a quererme de verdad nunca.
Verdaderamente, es terrible. Tengo tanto miedo de que me hagan daño, de que me vuelvan a abandonar, que no permito que nadie se infiltre en mis defensas. No les doy oportunidad de quererme. Pero, al mismo tiempo, me amarga saber que nadie me conoce en realidad, que nadie me lleva siempre en sus pensamientos o se preocupa por mí algo más de un par de minutos al día durante una conversación insustancial.
Y eso me lleva a otra cuestión que me aterra aún más. El día que muera, que me vaya para siempre de este mundo, ¿cuánto tiempo tardarán en olvidarme? ¿Cuánto tiempo les llevará a mis “seres queridos” limpiarse las lágrimas y seguir adelante con sus vidas, como si yo nunca hubiera existido? Me convertiré en un recuerdo vano, en olvido. Y, cuando mi cuerpo ya no esté aquí, no me quedará nada. No habrá ningún rastro de que una vez existí, ninguna persona que diga “¿recuerdas a Andy? Cómo la echo de menos” con nostalgia. Me convertiré en nada. Los muertos viven de recuerdos, de las personas que siguen echándolos de menos cuando se marchan. ¿A quién tendré yo?
Pero, al fin y al cabo, eso lo he logrado yo misma, a base de alejar a todo el mundo a patadas, de ser borde, de usar el sarcasmo como si de una espada afilada se tratase, y de hacer daño a cualquier que permaneciese demasiado tiempo conmigo. De ese modo, yo también he conseguido no amar a nadie, lo que considero aún peor que saber que nadie me ama a mí.
Estoy sola. Veinticuatro horas al día sola, por mucho que me rodee una multitud de gente. Da igual que, en el trabajo, la mitad de la plantilla me dé los buenos días; ninguno sabe más de mí que mi nombre y apellidos. No importa la cantidad de fotos de fiestas y celebraciones que guarde en una carpeta del portátil; sigue habiendo partes de mí, partes fragmentadas y rotas, que nadie conoce, por la simple razón de que me aterra que alguien descubra esa debilidad. Esa parte, la niña de cinco años que sigue llorando porque su padre no la quería, es la que está enterrada más profundamente tras la armadura, a tres metros bajo mis pulmones y ahogada por mi risa falsa y por mis palabras llenas de mentiras: “estoy bien”, “no, no me pasa nada”.
Mentir se me da tan bien, que ya no me hace falta hacerlo con palabras. Sé exactamente qué expresión debo componer para fingir que todo está bien dentro de mí y de mi cabeza, para que nadie sepa que por dentro soy un profundo lago de oscuridad en el que el fondo es tan profundo que ya no puedo salir a la superficie. Al menos, no sola. Pero soy demasiado cobarde para ser capaz de confiar en alguien y pedir ayuda.
Por eso, escribo en este diario. No puedo contarle a nadie cómo me siento, pero puedo redactarlo en estas páginas que nadie leerá jamás. Puedo poner pedacitos de mi corazón en cada frase, llorar cada letra, chillar cada pensamiento, que nadie se enterará; pero, al menos, será un pequeño consuelo, un alivio para el enorme silencio que me aplasta desde dentro y me comprime el pecho.
Tengo veintidós años y estoy sola. Esa es la realidad patente en el día a día de mi vida. Respiro, como, duermo y vivo sola, sin confiar en nadie. Pero sí confío en el futuro. En que, algún día, todo esto cambie.
Mi madre decía que, por muy terrible que sean las circunstancias, siempre nos queda la esperanza.



Hoy introduzco un personaje nuevo, que narra su historia en primera persona. Ella también está rota (lo admito, siento predilección por los personas que están fragmentados), pero esta vez la historia la cuenta ella misma. 
Me gustaría volver a escribir alguna que otra entrada ocasional e ir desarrollando esta historia, pero no quiero prometer algo que no estoy segura de que pueda cumplir. Al fin y al cabo, es un quiero hacerlo, no un lo haré. Quizá sí, quizá no.
Si tuviera que elegir una canción para esta entrada, supongo que sería The only exception, porque es una canción que me gusta muchísimo y me inspira, es la canción que he escuchado mientras redactaba la entrada. Pero no es la única. Pero como tengo que elegir una (no quiero tampoco poner muchas canciones), elijo esa.
Quizá, y solo quizá, esta noche aparezca por el blog otra historia más.

1 comentario:

  1. " Los muertos viven de recuerdos, de las personas que siguen echándolos de menos cuando se marchan." ¿Y dónde queda lo que me dijiste de que,cuando uno muere, si los órganos son donados, será como si el muerto siguiera viviendo pero en otra persona?
    Imagino, o más bien supondré, que Andy es Andrómeda <3 Llevaba tanto tiempo deseando ver este nombre en tu blog desde que me planteaste la existencia de una Andy por aquí, entre estrellas fugaces.
    Me encantan tus textos de personas fragmentadas, bueno, no me lío que quiero leer tu siguiente entrada *-*

    ResponderEliminar