Diario de Andy, primera entrada.
A menudo pienso que si, por alguna razón, un día yo
desapareciera de pronto, nadie se daría cuenta de mi ausencia durante mucho
tiempo.
No me refiero a suicidarme, exactamente. Más bien,
si me fuera de viaje de manera espontánea o me quedara en casa encerrada
durante una semana o dos. O alguien me raptara, no lo sé. Eso no es lo
importante, lo que verdaderamente me planteo es otra cosa.
Lo que yo pienso a menudo es que, si yo
desapareciera sin más, nadie se enteraría pronto. Últimamente, esa idea me ha
asaltado con frecuencia. Hasta ahora, nunca me había importado demasiado vivir
sola (incluso disfrutaba de mi preciosa casa solitaria), pero, ahora, de
pronto, me encuentro reflexionando continuamente sobre qué pasaría si me cayera
mientras me ducho y me diera un golpe en la cabeza. Nadie se enteraría. Ningún
compañero de piso acudiría en mi rescate, y los vecinos podrían nunca darse
cuenta de que ya no salgo cada mañana rumbo al trabajo como de costumbre.
No digo que esté completamente sola en el mundo.
Tengo amigos. Pocos, es cierto. No estoy segura de que, al contarlos con los
dedos de una mano, no me sobrara alguno de ellos, pero siempre me han parecido
más que suficientes.
Supongo que, en su mayor parte, es culpa mía.
Siempre me he apartado del mundo casi de forma voluntaria, refugiándome en la
seguridad de una sala vacía antes que enfrentarme a las expectativas de los
demás. Llevo día y noche una coraza que impide que nadie penetre en mi corazón
y se gane mi confianza. Es mi única defensa para impedir que me vuelvan a hacer
daño; por eso levanté el muro infranqueable que me separa del resto de las
personas, sea quienes sean. Porque, después de que mi padre me abandonara a los
cinco años, ya no me siento capaz de creer que nadie va a quererme de verdad
nunca.
Verdaderamente, es terrible. Tengo tanto miedo de
que me hagan daño, de que me vuelvan a abandonar, que no permito que nadie se
infiltre en mis defensas. No les doy oportunidad de quererme. Pero, al mismo
tiempo, me amarga saber que nadie me conoce en realidad, que nadie me lleva
siempre en sus pensamientos o se preocupa por mí algo más de un par de minutos
al día durante una conversación insustancial.
Y eso me lleva a otra cuestión que me aterra aún más.
El día que muera, que me vaya para siempre de este mundo, ¿cuánto tiempo
tardarán en olvidarme? ¿Cuánto tiempo les llevará a mis “seres queridos”
limpiarse las lágrimas y seguir adelante con sus vidas, como si yo nunca
hubiera existido? Me convertiré en un recuerdo vano, en olvido. Y, cuando mi
cuerpo ya no esté aquí, no me quedará nada. No habrá ningún rastro de que una
vez existí, ninguna persona que diga “¿recuerdas a Andy? Cómo la echo de menos”
con nostalgia. Me convertiré en nada. Los muertos viven de recuerdos, de las
personas que siguen echándolos de menos cuando se marchan. ¿A quién tendré yo?
Pero, al fin y al cabo, eso lo he logrado yo misma,
a base de alejar a todo el mundo a patadas, de ser borde, de usar el sarcasmo
como si de una espada afilada se tratase, y de hacer daño a cualquier que
permaneciese demasiado tiempo conmigo. De ese modo, yo también he conseguido no
amar a nadie, lo que considero aún peor que saber que nadie me ama a mí.
Estoy sola. Veinticuatro horas al día sola, por
mucho que me rodee una multitud de gente. Da igual que, en el trabajo, la mitad
de la plantilla me dé los buenos días; ninguno sabe más de mí que mi nombre y
apellidos. No importa la cantidad de fotos de fiestas y celebraciones que
guarde en una carpeta del portátil; sigue habiendo partes de mí, partes
fragmentadas y rotas, que nadie conoce, por la simple razón de que me aterra
que alguien descubra esa debilidad. Esa parte, la niña de cinco años que sigue
llorando porque su padre no la quería, es la que está enterrada más
profundamente tras la armadura, a tres metros bajo mis pulmones y ahogada por
mi risa falsa y por mis palabras llenas de mentiras: “estoy bien”, “no, no me
pasa nada”.
Mentir se me da tan bien, que ya no me hace falta
hacerlo con palabras. Sé exactamente qué expresión debo componer para fingir
que todo está bien dentro de mí y de mi cabeza, para que nadie sepa que por
dentro soy un profundo lago de oscuridad en el que el fondo es tan profundo que
ya no puedo salir a la superficie. Al menos, no sola. Pero soy demasiado
cobarde para ser capaz de confiar en alguien y pedir ayuda.
Por eso, escribo en este diario. No puedo contarle
a nadie cómo me siento, pero puedo redactarlo en estas páginas que nadie leerá
jamás. Puedo poner pedacitos de mi corazón en cada frase, llorar cada letra,
chillar cada pensamiento, que nadie se enterará; pero, al menos, será un
pequeño consuelo, un alivio para el enorme silencio que me aplasta desde dentro
y me comprime el pecho.
Tengo veintidós años y estoy sola. Esa es la
realidad patente en el día a día de mi vida. Respiro, como, duermo y vivo sola,
sin confiar en nadie. Pero sí confío en el futuro. En que, algún día, todo esto
cambie.
Mi madre decía que, por muy terrible que sean las
circunstancias, siempre nos queda la esperanza.
Hoy introduzco un personaje nuevo, que narra su historia en primera persona. Ella también está rota (lo admito, siento predilección por los personas que están fragmentados), pero esta vez la historia la cuenta ella misma.
Me gustaría volver a escribir alguna que otra entrada ocasional e ir desarrollando esta historia, pero no quiero prometer algo que no estoy segura de que pueda cumplir. Al fin y al cabo, es un quiero hacerlo, no un lo haré. Quizá sí, quizá no.
Si tuviera que elegir una canción para esta entrada, supongo que sería The only exception, porque es una canción que me gusta muchísimo y me inspira, es la canción que he escuchado mientras redactaba la entrada. Pero no es la única. Pero como tengo que elegir una (no quiero tampoco poner muchas canciones), elijo esa.
Quizá, y solo quizá, esta noche aparezca por el blog otra historia más.
" Los muertos viven de recuerdos, de las personas que siguen echándolos de menos cuando se marchan." ¿Y dónde queda lo que me dijiste de que,cuando uno muere, si los órganos son donados, será como si el muerto siguiera viviendo pero en otra persona?
ResponderEliminarImagino, o más bien supondré, que Andy es Andrómeda <3 Llevaba tanto tiempo deseando ver este nombre en tu blog desde que me planteaste la existencia de una Andy por aquí, entre estrellas fugaces.
Me encantan tus textos de personas fragmentadas, bueno, no me lío que quiero leer tu siguiente entrada *-*