Jack Dawson (Boom).
Sentado en el borde de la cama, con los pies
descalzos apoyados sobre el frío mármol marrón del suelo, y completamente desnudo,
disfruté de la punzada de dolor que me atravesaba el pecho de parte a parte.
Sentí como se me formaba un nudo desgarrador en el estómago, cómo mi cuerpo se
tensaba ante las ganas de llorar. Apreté la mandíbula, cerré los puños
aferrándome al colchón y disfruté.
De algún modo, me había acabado convirtiendo en un
masoquista. Ahora era adicto al terrible sufrimiento que me embargaba cada
mañana cuando me despertaba entre las sabanas perfumadas por el olor de una
desconocida a la que apenas había mirado más de dos veces, encerrado entre las
cuatro paredes de un dormitorio cuyas paredes parecían querer aplastarme contra
mis propios huesos. Me asfixiaba en aquellas casas de mujeres con las que había
compartido cama y unas pocas horas de sexo la noche pasada. Pero eso no
importaba. No disfrutaba de ese acto mecánico. Lo hacía por la mañana
siguiente, por el dolor.
Esa terrible agonía se había convertido en la única
prueba que aún tenía de que, una vez, había sido ella mi compañera de
madrugadas. De que todo lo que vivimos, cada segundo junto a ella, no había
sido producto de mi imaginación o una alucinación en la que creía con demasiada
fuerza. Eran esos momentos, ese dolor, el que me permitía estar seguro de que
seguía amándola y de que ella había estado en mi vida de verdad, aunque no
durante el tiempo suficiente. Y cómo la echaba de menos. Cada segundo, cada
respiración. El dolor, que al principio había sido desgarrador, ahora se había
convertido en un fiel compañero y, aunque permanecía inmutable en intensidad, casi
resultaba cálido. Me había acostumbrado tanto a él como a haberla perdido para
siempre.
Pero, curiosamente, solo era capaz de recordarla a
la perfección tras estar entre los brazos de otra. Únicamente cuando despertaba
al día siguiente, podía volver a ver con claridad la intensa mirada de sus ojos
azules, sentir su cabello negro haciéndome cosquillas en el pecho y sus labios
jugueteando con el lóbulo de mi oreja, mientras ella reía en un murmullo por
cualquier tontería. Había días en los que deseaba con tanta fuerza retroceder en
el tiempo, que casi era capaz de soñar cómo las manecillas del reloj empezaban
a girar en sentido contrario. Solo por estrecharla entre mis brazos una vez
más. Por verla sonreírme mientras iba camino de la ducha, con la melena
enmarañada y los ojos somnolientos.
Aun sentada en la cama, rememorándola, sentí como
los dedos de un pie, también descalzo y que no eran de la propietaria que yo
deseaba, me recorrían la columna vertebral, empezando por abajo y ascendiendo
lentamente.
Ese contacto tan sencillo me hizo apretar con más
fuerza los dientes y ponerme completamente rígido. Me levanté casi de un salto,
apenas disimulando mi incomodidad y disgusto, pero fingí que buscaba algo para
no herir los sentimientos de la chica desconocido con la cual me había acostado
la noche anterior; otra pobre víctima inocente con la que solo había buscado la
satisfacción de una mañana de penuria.
-
¿Puedo fumar aquí? – pregunté por educación. En
realidad, me daba igual su respuesta, puesto que no iba a quedarme tiempo
suficiente en el apartamento como para fumarme un cigarro. Solo era una excusa
como otra cualquiera para alejarme de su cama, de su olor, de su tacto, del
sonido de su respiración. Todo en ella era incorrecto, pero aquella chica no
tenía la culpa de no ser la persona que yo deseaba que fuera.
-
Sí, claro – respondió ella. En su tono de voz se
notaba una leve inseguridad, probablemente producto de haber caído en la cuenta
de mi cambio de actitud. Anoche, era un ligón que la consideraba la chica más
guapa del mundo. Por la mañana, ni siquiera la había mirado ni una sola vez a
la cara.
Pero en mi mundo, siempre era así. Necesitaba ser
un buen actor, saber fingir lo que los demás querían ver y oír para logar mis
propósitos.
Aquella chica había estado buscando un hombre
joven, soltero y que supiera decirle las palabras correctas mientras ella se
sonrojaba y yo había sido ese hombre. Durante las primeras horas del día. Pero
ahora que el sol había vuelto a salir, ya no tenía que seguir simulando ser esa
persona. Ya había obtenido lo que quería: una nueva mañana con el recuerdo de
la persona que en realidad estaba buscando.
Fingí estar buscando mis pantalones para ganar algo
de tiempo, aunque recordaba perfectamente haberlos dejado encima de la silla de
la esquina derecha. Finalmente, me dirigí hacia allí, saqué la caja de tabaco y
extraje uno de los cigarros y el mechero negro con el dibujo de una llama.
Encendí el pitillo sin prestar demasiado atención,
con lo que conseguí quemarme un poco los dedos, cosa que no me importó lo más
mínimo.
Solo entonces, tras dar la primera calada y
llenarme los pulmones de humo, fui capaz de mirar a la chica que seguía tumbada
sobre la cama, con la mirada fija en todos mis movimientos.
No era fea. Tenía el cabello rubio y corto, liso;
los labios finos, las mejillas sonrosadas y una mirada dulce de color verde
claro. Parecía una buena chica, inteligente, quizá demasiado buena para la
sociedad de mierda de hoy en día. Pero, aun así, aun viendo todos esos rasgos
positivos en ella, toda su belleza objetiva, la odié.
Odié el color demasiado translúcido de sus ojos,
que carecía de profundidad. Odié su pelo rubio, que reflejaba la luz del sol. Y
odié la mirada suplicante que me dirigió, rogándome que no le hiciera daño
cuando ambos sabíamos que me marcharía desde que pudiera. Pero, sobre todo,
odié que me hubiera llevado a su cama, la odié tan solo por ser ella y no otra.
La odié como había odiado a todas las mujeres que había tocado desde que ella se fue de mi vida.
Sentí la repulsión en el estómago y no pude
contener la mueca de disgusto que asomó a mi rostro. Ella la vio y se encogió,
tapando su cuerpo desnudo con la sábana color melocotón. Parpadeó, con un
ligero miedo titilando en sus pupilas.
-
¿Quieres… quieres desayunar o algo? – murmuró.
Quería arreglar la situación y eliminar el asco con el que ahora no podía dejar
de contemplarla.
Me esforcé en apartar la vista y me concentré en
los actos mecánicos de vestirme. Me puse los pantalones, me abotoné la camisa y
me calcé de forma rápida, sin despegar el cigarro de mis labios, exhalando el
humo entre ellos.
-
No, gracias. Ya me voy.
-
¿Seguro? – la nota angustiada de su voz era
ineludible. – Confiaba en que quisieras… no sé, que fuéramos juntos a alguna
parte. O quizá prefieras llamarme para quedar otro día – esta vez, sonó casi
esperanzada.
Cerré los ojos e inhalé profundamente, llevándome
conmigo una buena bocanada de nicotina. Tenía ganas de gritarle que se fuera a
la mierda, pero me abstuve. También me planteé por un segundo largarme de allí
sin más, sin decir ni una sola palabra de despedida, pero tampoco me pareció lo
correcto. Simplemente, era lo que yo, un capullo sin sentimientos, deseaba
hacer, independientemente del daño que le hiciera a ella. Aunque la iba a herir
de todas formas con mi rechazo y ella, indudablemente, se sentiría utilizada. Y
estaría en lo cierto.
-
Lo siento, preciosa, pero no. – Pronuncié las
palabras despacio. Me esforcé en vocalizarlas, en su forma fonética, para no
impregnarlas del veneno que me corroía por dentro y que quería escupirle en la
cara.
Levanté la vista y la vi sentada, con la espalda
apoyada en la pared, encogida como un cachorro asustado al que están a punto de
abandonar. Observé sus ojos lastimeros y me sentí como la mayor mierda del
mundo, como el hijo de perra que era desde que la había perdido. Porque, al fin
y al cabo, cuando mi Annalysse desapareció de mi vida, se había llevado todo el
sentido que esta tenía. Ahora, me limitaba a realizar todos los actos de manera
automática y solo seguía viviendo por los momentos de sufrimiento de cada
mañana en camas de desconocidos.
Con tanta culpa, dolor, rabia e impotencia
circulando por mis venas, ya no fui capaz de retener más a mi lengua.
-
Esto – hice un gesto con la mano, señalándonos a
ella y a mí – solo ha sido sexo de una noche. No te llamaré y, por
supuesto, no iremos a desayunar. No
quiero saber tu número, no, ni tu nombre tampoco. – La miré a los ojos en ese
instante, solo para corroborar que las lágrimas estaban a punto de desbordarse
por sus mejillas. Exhalé lentamente. – Sé que pensarás que soy un capullo y, ¿sabes
qué? Tienes razón. Por eso, es mejor que no me vuelvas a ver. Mi vida… - me
tapé la cara con las manos – ahora mismo va cuesta abajo y he perdido los
frenos. Me estoy auto-destruyendo y, créeme, no soy una buena influencia. Sí,
soy un capullo, pero deberías darme las gracias por no obligarte a permanecer en
mi presencia ni un instante más, porque acabaría envenenándote por dentro.
Suspiré, me puse en pie y salí del apartamento sin
volver la vista atrás, sin esperar ninguna respuesta. ¿Para qué coño la
necesitaba? Aquella chica… (joder, ni siquiera recordaba su nombre) estaría
mejor sin mí. Y Annalysse, también, por mucho que me doliera saberlo. Era un
puto veneno que corrompía todo cuanto se me acercaba, incluso las cosas más
hermosas.
Una vez en la calle, terminé de fumarme el cigarro,
que se consumió entre mis labios, y lo tiré al suelo para pisotearlo con la
bota. Luego, busqué la moto, aparcada en un callejón trasero, me puse la
chaqueta de cuero negro que llevaba siempre conmigo, y me marché.
Aceleré hasta que la moto pareció volar sobre el
asfalto. La adrenalina me nubló la mente y el aire, frío y cortante, me despejó
la cabeza y revolvió el pelo. Entonces, volví a recordarla, pequeña, frágil,
con su piel de porcelana…
Aceleré un poco más, huyendo de mí mismo.
Parece que esta historia es aparte de las otras que he escrito y, en cierto modo, así es. Es un personaje nuevo, pero es parte de otra historia, concretamente es la continuación (no relacionada) del texto Es curioso, ¿sabes?, que fue la antepenúltima entrada que subí (dos atrás después de esta).
De momento, tengo pensada varios capítulos para esta historia, así que quizá habrá un blog nuevo o una sección completamente aparte para ella, porque quiero tomarla como un punto y aparte del resto. Por un lado, seguiré escribiendo las entradas inconexas de siempre y, por otro, intentaré seguir con esta. La trama es un pelín compleja, porque cada capítulo (al menos, por el momento) está narrado por un personaje distinto, porque no tengo un narrador definitivo. Eso ya lo haré más adelante. Ahora, solo estoy presentando a los personajes, una breve introducción de cada uno que deja muchos misterios pendientes.
Creo que no pueda haber quejas (por parte de Irene, quiero decir) puesto que he subido no solo una entrada, sino dos en el mismo día, y con una promesa casi segura de una continuación (al menos, de esta).
Y hasta aquí he llegado por hoy. See you.
¿Entonces ya no va a salir la chica de la otra entrada? ·__·
ResponderEliminarPues creo que Annalysse y Jack tienen mucho para dar, aunque no me gusta mucho la parte capulla de él. Espero que el conjuto sea algo desgarrador, y, ya sabes, triste *-*
Pero no sé que personajes más pueden aparecer, yo creo que me has a sorprender, como con lo de el cabrón de Thunder y la gran Salamandra
Sí,sí, presentarás a los personajes y dejarán misterios, pero te recuerdo que seguro que no superarán a los del Collapse... que me tienes en vilo. Pero no hay quejas, tu lo has dicho. Estoy súper,súper,súper,súper feliz