23 mayo, 2012

Veinticinco metros de caída libre.


Debían de ser al menos las dos de la madrugada cuando la encontró.
Quizá fuera el destino, porque, ¿qué probabilidades hay de encontrar a una chica encaramada a lo alto de un puente un jueves a las dos de la madrugada, con el cielo nublado y a punto de llover? Y eso que él solía volver a casa temprano. Maldita sea, eso le pasaba por dejarlo todo para el último momento, la acumulación de trabajo lo había llevado a esta situación.
Al principio, no la había visto. Tampoco la esperaba. Iba tatareando la canción de la radio, deseando llegar a casa y tumbarse en la cama, cerrar a los ojos y no abrirlos en un centenar de horas. La suerte no estaba de su parte aquella noche, de eso no cabe duda.
Las luces de los faros delanteros del coche dejaron clara la figura de una persona cuando llevaba la mitad del puente recorrido. Durante tres milésimas de segundo creyó que era una farola. Luego, vio como se ondeaba su melena al viento y movía los brazos.
Frenó en seco, produciendo el chirrido de los neumáticos contra la carretera. Derrapó ligeramente y se paró en seco a tres metros de la persona que esperaba de pie en el muro. La observó, perplejo. Había oído muchas veces historias de sucesos semejantes, pero él nunca se había encontrado con una suicida hasta ese momento.
Antes de poder pensar con claridad qué estaba sucediendo o qué debía hacer, salió corriendo del coche, mientras de sus labios escapaba un “¡Espera!”.
Ella no se giró. Ya lo había oído llegar, inevitablemente. El sonido del coche frenando de golpe no pasaba precisamente desapercibido. Cuando tomó su decisión, había deseado que no acudiera nadie a detenerla. Porque no quería ser rescatada, no creía poder serlo. Ya no.
-          ¡Espera! – repitió él. Lo miró de reojo, pero sin intención de bajarse del muro al que se había subido dos minutos antes de que él apareciera. No iba a cambiar de opinión simplemente por haber sido interrumpida.
Él se detuvo a un escaso metro de ella. Paró sin razón aparente, probablemente por miedo a que ella saltara sin darle oportunidad de hablar si se acercaba demasiado.
¿Tenía miedo de asustarla? Se rió en su fuera interno. Había perdido hacía demasiado tiempo la capacidad de sentir miedo.
-          No… no lo hagas – dijo él. Después, se calló, sin saber qué decir. ¿Qué clase de palabras convencerían a una chica guapa y joven de que no debía suicidarse, de que no debía desperdiciar toda la vida que le quedaba? – Tienes… tienes toda la vida por delante.
Ella cerró los ojos, reprimiendo el suspiro que quería escapar de sus labios. Ya estaba harta de la misma canción, una y otra vez.
-          Veinticinco metros. – Le soltó de pronto. – Veinticinco metros de caída libre rumbo a la muerte. Esa es la vida que me queda por delante. – Inspiró hondo y se preparó para saltar.
-          ¡No! – gritó él. – Es-escúchame, ¿vale?
-          ¿Por qué iba a hacerlo? – replicó ella, pero decidió esperar.
-          Si estás tan segura de tu decisión, ¿qué importa que me concedas un par de minutos más de tu vida? – suplicó él.
Tras pensarlo un segundo, asintió con la cabeza, dispuesta a escucharlo. Él tenía razón, aunque no lo entendía. No la conocía. ¿Por qué quería salvarla? Ni siquiera sabía su nombre o qué clase de persona era. O si se merecía la muerte.
-          ¿Cómo te llamas? – susurró él, con la desesperación impregnando su voz. Estaba claro que buscaba el modo de evitar que saltara, de ganar algo de tiempo.
-          Daerys. – Respondió la chica, cortante.
-          Daerys. – Repitió él. – Bien, yo soy Matt.
-          ¿Debería decir que es un placer conocerte? – estaba usando el sarcasmo como defensa y lo sabía, pero no podía permitirse echarse atrás. Había hecho su elección: morir.
-          No lo esperaba, la verdad. – Sonaba abrumado. Aterrado. Eso le hizo gracia; no era él que estaba a punto de acabar con su vida. – Daerys, ¿estás segura de lo que haces?
Matt intentaba buscar un punto débil, un modo de atraparla y de arrastrarla de vuelta a la seguridad del deseo de que su corazón siguiera latiendo. Pero no la conocía. No tenía ni idea de qué decir, de cómo convencerla, y el pánico le atenazaba el estómago, la constante inquietud de no lograrlo y contemplar como saltaba al vacío. Veinticinco metros de caída libre, había dicho ella. Suficientes para detener un corazón.
Daerys esbozó una sonrisa triste. Se había prometido no llorar y no le gustaba romper promesas, ni siquiera las que se hacía a sí misma. Respiró profundamente y afianzó los pies en el suelo.
-          Sí. 
-          ¿Por qué?
-          Es la única opción que me queda.
Matt se acercó un par de pasos y ella lo percibió. Le dirigió una fría mirada de reojo y él comprendió. No debía acercarse más o su tiempo de charla terminaría con su silencioso viaje hasta la muerte.
Él tenía ganas de gritar, de suplicarle que bajara de aquel maldito muro. No podía soportarlo una vez más.
-          Siempre hay más opciones.
-          Esa frase suena a cuento de hadas. Pero esta es la realidad. Y mi realidad es que la única salida es… esto.
-          ¿Ni siquiera eres capaz de decirlo? – estaba buscando una esperanza, aunque sabía que sería inútil.
-          Morir. Suicidarme. Detener mis constantes vitales, apagar el susurro de mi corazón. Colapsar mi cuerpo con una caída mortal. Detener el tránsito de aire en mis pulmones y abandonar la vida como una colilla gastada. – Recitó una a una las palabras y volvió a sonreír, esa mueca triste que relevaba el dolor que la embargaba por dentro. - ¿Necesitas más sinónimos?
-          No – susurró él.
Daerys apretó los puños y cerró los ojos con fuerza, en lo que Matt supo que era un intento de retener las lágrimas dentro de sus ojos. Se agarró a aquello como a un clavo ardiendo, deseando que aun quedaran en ella suficientes ganas de vivir como para estar triste por ello. Quizá estaba en problemas (lo suficientemente serios como para plantearse la muerte como única alternativa) pero aun existía la posibilidad de convencerla de poder arreglarlo. Esas lágrimas retenidas eran la señal que deseaba que existiera.
-          Daerys, ¿por qué no lo solucionamos todo tomando un café? O algo más fuerte. – Estaba rogándole que bajara de allí. Estaba suplicando.
-          Solo me bajaré de aquí para encontrarme con el pavimento de debajo del puente.
-          ¿Sabes? – la voz de Matt se tornó dura de pronto. – No deberías abandonar así a todas las personas que te quieren. Seguro que hay alguien en casa esperando a que regreses, o una persona que desea volver a reírse contigo. ¡No puedes marcharte así, dejándolos solos y sin saber la razón, por qué ellos no son lo suficientemente buenos para que merezca la pena vivir por ellos! – Se detuvo y apartó la vista de ella, que se había girado para mirarlo ante aquella repentina explosión de furia. – Sé de lo que hablo. Fue mi madre. Ella también decidió que su vida no merecía la pena, pero recurrió a los barbitúricos, que es menos doloroso. Y me dejo completamente solo, sin apoyo, sin nadie que me preparara el desayuno o que se preocupara de mis notas. ¿De verdad vas a condenar a eso a alguien que te quiere?
-          Supongo que ese es mi problema – se le desgarró la voz y las lágrimas ya no pudieron contenerse de ningún modo. También explotó, como una presa sobrecargada. Y derramó todas sus penas. - ¡Que a mí no me queda nadie! Nadie por quien preocuparme, nadie que me quiera. Nadie. – Llenó la última palabra de dolor, profundo y asolador. – Soy un alma en pena, abandonada, perdida y falta de ilusiones. Olvidada hasta por la esperanza. Todos a cuantos he querido se han largado sin un adiós. Y a muchos se los ha llevado la muerte.
Lo miró a los ojos y él pudo contemplar cómo se rompía por dentro. Vio sufrimiento, abandono. Vio a una niña pequeña llorando asustada, gritándole al mundo y pidiéndole explicaciones, sin hallarlas nunca. Vio la imagen de su funesto corazón desgarrado.
-          Suicidarse es una decisión cobarde. – Replicó él, chillando. Ya no le quedaban argumentos, pero seguía sin poder quedarse quieto observando como la vida de Daerys se escapaba delante de sus ojos.
-          Entonces, supongo que soy una cobarde. ¿Qué más da? – Apretó los labios y volvió a girarse hacia delante.
-          ¡No puedes rendirte, Daerys! Porque, ahora, yo te recordaré. Cuando saltes, estarás dejándome a mí atrás. Abandonándome, como te hicieron a ti. Y serás como ellos, como todos ellos, marchándote sin preocuparte de las personas que dejas atrás.
Ella lo miró, con los ojos llenos de lágrimas abiertos de la sorpresa. Retrocedió un paso, titubeó. Su cabello se ondeó sobre sus hombros, negro como la noche a la luz de las farolas y la luna.
Comenzó a llover. Las gotas de lluvia cayeron como lágrimas del cielo, que lloraban el dolor de dos almas solitarias.
Daerys bajó la vista al suelo y exhaló todo el aire contenido en los pulmones. Dejó caer los hombros.
-          Lo siento, Matt. Lo siento muchísimo. Jamás debimos conocernos. Nunca debiste encontrarme, porque ya era demasiado tarde para que me salvaras. – Lo miró a los ojos, con la resolución pintada en sus pupilas. – Ya había decidido rendirme. Y nunca rompo mis promesas.
Le dio la espalda una vez más. Inhaló muy hondo, llenando sus pulmones por última vez. Se alegró de que estuviera lloviendo, de poder sentir una vez más las gotas estampándose contra su cuerpo. Apretó los puños, cerró los ojos. Veinticinco metros de caída libre la separaban de la muerte. El cabello pegándose a su cuerpo, el miedo atascado en la garganta.
Avanzó un paso, el único que le hacía falta para dejar el muro atrás y encontrarse con el destino de su alma vacía.
De pronto, sintió unas manos en la cintura, justo en el momento en que sus pies abandonaban el suelo. La fuerza de esas manos, grandes y seguras, la arrastró hacia atrás, hasta que chocó contra otro cuerpo, que estaba justo a su espalda. Impactó contra él con la potencia suficiente para que ambos cayeran hacia atrás, hasta chocar contra el frío suelo mojado por la lluvia.
Sintió una respiración junto a su oído.
-          No. No vas a morir. No lo permitiré, Daerys. – Susurró la voz de Matt al lado de su oreja. Era baja e íntima, un juramento. – Me da igual tu decisión o tu promesa. Ahora te impongo la mía: sobreviviremos. Sobreviviremos juntos. Porque no pienso dejar que veinticinco metros de caída libre te quiten la vida, de igual modo que no dejaré que lo hagan con la mía.
-          No quería que me salvaras. – Gimió ella, rodeando sus rodillas con los brazos.
-          Sí lo querías. Ambos lo necesitábamos. – Él se sentó a su lado. – Tú no querías luchar, así que he luchado yo por ti. Le he dado más minutos a tu corazón, porque pienso repararlo. No quiero que mueras, Daerys, ni tú tampoco lo deseas. Solo necesitabas que alguien luchara por ti, aunque solo fuera esta vez.
Ella levantó la vista hacia el cielo encapotado. Sintió las gotitas resbalando por sus mejillas, mezcladas con sus lágrimas. Sintió la vida, representada por la respiración de Matt y el calor que desprendía su cuerpo. De pronto, los brazos de él la rodearon. Y, por primera en su vida, se sintió a salvo.

La vida de Daerys pendió de un hilo en todo momento. En mi mente, ambos caminos (su vida y su muerte) tenían cabida, eran una posibilidad. Me había decantado por la muerte, porque estaba segura que ella iba a saltar. Que Matt la salvara fue una decisión de última hora.
Supongo que tuvo suerte. Si hubiera escrito esto ayer o mañana, Daerys estaría muerta. Pero hoy, Matt la ha salvado. Quizá sí que sea el destino. 
Esta entrada tiene una dedicación especial para Irene(-chan). Porque ella me obligó (sí, no hay otra palabra) a escribirla, aunque yo no estuviera del todo segura de ser capaz de expresarla correctamente, de trasmitir las imágenes que llenaban mi mente. Espero haberlo hecho, Irene. Espero que te haya gustado, que sea tal y como tú querrías leer y no una historia vacía más, de esas que últimamente abundan en mi blog.
También tengo una canción para hoy: A rocket to the moon. Este ha sido mi acompañamiento para la entrada, aunque no hay ninguna razón especial. Simplemente, necesitaba acordes de fondo.
P.D. Probablemente, mi blog permanezca en coma una semana o dos y solo suba alguna entrada ocasional, porque ahora mismo estoy ligeramente vacía. Demasiado agobiada con las clases. Pero, ¡volveré!

2 comentarios:

  1. [¡Yo no te obligué!(quizás un poquitín...pero no lo suficiente como para llamarlo "obligar" >.< )
    Tan solo espero que durante ese letargo se te ocurran ideas y no se pierdan, como las de Francia].
    Otra que encuentra a su "salvador",como Arizia,no?.
    A veces odio las palabras porque no hay ninguna que exprese los estados de ánimo en su cénit (entre otras cosas). Diría que me gusta pero ese verbo no es lo suficientemente "grande", así como tampoco lo es encantar ni fascinar...En serio, esta historia es perfecta, pero esa palabra tampoco es demasiado "grande" para lo genial,buena y magnífica que es el texto. Me has dejado KO, de piedra >.<
    Definitivamente esta es una de las que leeré cuando no tenga nada que hacer.
    Gracias por escribir, de verdad.
    Y te pediría incluso (aunque no tenga apenas derecho a hacerlo)una "2ª versión" con el otro final porque tiene que ser super ...T.T...pero...bueno...si algún día quieres...vamos, que acabaré imaginándomela xD--->no te estoy obligando directamente, lo estoy haciendo indirectamente, que no es lo mismo que obligar, PERO, indirectamente o sea, más suave =D.
    PD. cuando quieras que mate a alguien para entristecerte me avisas, así te "llenas",no? =D
    Nah, basta de tonterías,creo que tal y como está ha sido perfecto, quizás si lo hubieras escrito más tarde (conociéndote) algunas ideas se te habrían ido y ya no quedaría tan "lleno", sin embargo, si lo hubieras escrito antes, esas ideas que lo han llenado no habrían existido, por lo que no estaría tan "lleno" cómo está. Ah, y te recuerdo, que 50 minutos (como mínimo) de mi vida son tuyos, úsalos cómo y cuando quieras ;D
    (digo "lleno" porque tu dices "vacío", y no creo que esté vacio, sino está completamente lleno, a rebosar de todo)

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  2. Leo estos comentarios y muero poco a poco de amor ♥.

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